UN ENCUENTRO CON EL DIOS DE LA MISERICORDIA (parte I)

TERESA E IGNACIO SANTIVIAGO (Paraguay).  CIOF 2023 – Paraguay.

En este artículo, primero presentamos la exposición de Teresa e Ignacio Santiviago (parte I) y luego la exposición del P. José María García (parte II). Ambos abordan desde distintas perspectivas el mismo tema que invitamos a reflexionar.

Todos bienvenidos. Nos sentimos muy contentos de estar tan bien acompañados, espero que podamos satisfacer las expectativas.

 

Con el Padre José María formamos un pequeño equipo.

Para nosotros es un gran orgullo poder conversar esta tarde con ustedes porque lo que más queremos es, antes que dictar doctrina, es contarles nuestra experiencia de vida, y a partir de esa experiencia reflexionar qué nos dice el Señor o qué lectura nos da el Señor para poder aplicar en nuestra vida práctica.

 

Vamos a presentar este documento por escrito porque lo preparamos muy detalladamente y no queremos equivocarnos ni contradecirnos.  Por otro lado, porque este es un tema que nos toca muy profundamente y dar un testimonio de lo que a nosotros nos sucedió y nos sucede, pienso que nos puede ayudar muchísimo o creemos que nos puede ayudar en el intercambio posterior.

Somos el matrimonio de María Teresa  e  Ignacio Santiviago, tenemos 52 años de casados; siete hijos: cuatro mujeres y tres varones, doce nietos y nietas nos casamos en el año 1971 y en nuestros anillos grabamos la inscripción “El Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros”, conscientes de nuestra unidad matrimonial hasta el final, gracias a la Providencia de Dios, abiertos totalmente a la vida y a lo que Dios nos mandara. Desde hace 48 años pertenecemos al Movimiento de Schoenstatt. Descubrimos la riqueza de la Alianza de Amor con María, el Santuario, como pilares de nuestro ser schoenstatiano y del santuario hogar, siendo por la gracia de Dios el primer santuario bendecido como hogar en nuestro país el 14 de noviembre de 1976. A nuestro santuario le hemos dado el nombre de Santuario del Arraigo en la Santísima Trinidad por María y ese nombre tiene una historia que si la contamos acá, no vamos a dar nuestro tema. En nuestra juventud formamos parte de la Acción Católica Estudiantil y Universitaria, pues teníamos inquietudes sociales y apostólicas como discípulos de Cristo para nuestra iglesia y nuestro país. Queríamos construir un país más justo y solidario. A los cuatro años de matrimonio, llegó Schoenstatt, para nosotros fue el gran regalo de Dios y de la Mater para nuestras vidas. Desde el año 1983 nos integramos oficialmente a la Federación Apostólica de Familias como miembros del curso 2 Arco iris del Padre. Aprendimos y seguimos aprendiendo a vivir bajo el manto de nuestra madre y la fe práctica en la divina providencia; una vida familiar ordinaria y sencilla; con aciertos y desaciertos, con mucha alegría y pequeñas cruces, momentos de paz y también de conflictos conyugales y familiares, pero siempre luchando por seguir el camino del plan de Dios, tratando de dar a nuestros hijos una educación humana cimentada en la fe, el amor y la unidad familiar.

En el Movimiento, el apostolado era y es uno de nuestros desafíos. Siempre en las oraciones nocturnas, al ofrecer el día desde lo más profundo del corazón, le pedíamos a la Mater la unidad de la familia, y así la coronamos en nuestro santuario hogar como Reina de la Unidad Familiar, teniendo el deseo muy íntimo de que nuestros hijos se comporten lo que a nuestro criterio e ideales, sería lo deseable en todas las manifestaciones de la vida, incluyendo lo afectivo: formar un hogar educando a sus propios hijos, en la fe, lo espiritual, psicológicamente y en la fidelidad. Sin embargo, otro fue el camino que debíamos transitar con nuestro séptimo hijo, Augusto.

Aparecieron algunos temores que notábamos sobre su comportamiento, ya que desde pequeño manifestaba su inclinación hacia los femenino, a imitar a sus hermanas mayores, usaba zapatos tipo taco alto, se ponía la toalla en la cabeza como pelo largo, jugaba con muñecas y su no interés sobre los juegos más típicos de los varones. Luego de la insistencia nuestra sobre cuál deporte le gustaba más, buscando una actividad lúdica más varonil, al tratar de que su atención no recaiga solo en esas inclinaciones, él eligió la natación, que practicó un tiempo.

Había cumplido 16 años en el año 2009, cuando nos confirmó a los dos, que tenía atracciones hacia el mismo sexo y que él prefería contarnos la verdad porque si lo escondía,  podría significar más tarde un daño mayor, al casarse para luego fracasar en su matrimonio.

Nuestro mundo se desmoronó, pues la situación era nueva e inesperada. Intentamos encontrar una ayuda para corregir esta condición, consultando con psicólogos. Esto se convirtió en desorientación, pues no veíamos una salida. De los dos yo (Ignacio) asumí el tema con más serenidad, tratando de encontrar la razón de ello y así nos preguntábamos ¿es que como padres no supimos educarle y mi paternidad fue más floja y la maternidad de Tere más fuerte y exigente? ¿Nos habíamos equivocado cuando le manifestábamos nuestras inquietudes a él? Nos afirmaba que nosotros no nos sintiéramos culpables, porque esa inclinación él la traía ya desde muy niño y que había luchado por superarla y no pudo ser. Esta tendencia fue más fuerte de lo que él podía dominar.

En un encuentro de la pastoral familiar, se abordó este tema, donde se sostenía, que si bien no era una enfermedad como anteriormente se creía, era una condición, era reeducable con un tratamiento, con fe en Cristo y una apertura y aceptación de parte del interesado. Es lo que tratamos de hacer iniciando una terapia con un profesional de esa línea. Pertenecía a una Iglesia Cristiana no Católica, pero bien iniciado el tratamiento, nos dimos cuenta de que a nuestro hijo no le convencía y se resistía a continuar; y tampoco él tenía cargo de conciencia, lo cual nos indicaba que por más que nosotros procurásemos, poco o nada podríamos conseguir si él no estaba abierto a este camino. En ese tiempo, Augusto hizo unas declaraciones por la prensa contando su experiencia y reconociendo públicamente su ser gay; que a pesar de ser hijo de familia muy católica de iglesia, este problema se vivía como queriendo dar a entender que el ser religioso no era la solución, ni por ello tampoco se creaba un muro de protección especial para nuestro tipo de familia.

En ese entonces él estaba ya vinculado con otro joven igual a él, con quien había formado una pareja sentimental. Sobre sus declaraciones periodísticas, nos confesó haber sentido como un impulso, como una rebeldía, para proteger de alguna manera las posturas de ese sector social. Este acto fue muy duro para nosotros, en especial para Tere, a quien le afectó más fuertemente que a mí, pues ella no se conformaba y le daba mucha vergüenza el tener que vivir esta experiencia debido al sentimiento de culpabilidad que sentíamos y como el tener un hijo homosexual no condecía con nuestro estilo de vida y con las actividades que desarrollábamos a nivel religioso y social. Sin embargo, esta situación no perjudicó nuestra relación conyugal y familiar y permanecemos muy unidos, además de sentir el acompañamiento de nuestros otros hijos, quienes adoptaron una posición más de comprensión que de condena. Luego de la publicación, recibimos también mucho apoyo de nuestros hermanos de curso de federación, de nuestros asesores sacerdotes y hermanas del Movimiento, amigos y otros familiares, todos muy en la línea de la comprensión a la nueva vida de Augusto. Interin, él continuó su relación con esa pareja decidiendo iniciar una vida juntos fuera del país. Pero esa experiencia no resultó y tuvieron que volver. El ya no volvió a nuestro hogar y a la vida familiar, para vivir su propia experiencia. No perdimos el contacto, aunque la vinculación con él se volvió más escasa y esa actitud nos causaba mucho dolor. Tampoco queríamos que hubiera una ruptura, pues veíamos que como padres, no podíamos cerrar los ojos a una realidad de vida difícilmente explicable y corregible; y que si no teníamos una actitud abierta y de respeto hacia su decisión, íbamos a perder el amor de nuestro hijo, por lo que preferimos respetarlo aunque no estuviéramos de acuerdo. Verdaderamente esta situación nos afectó fuertemente. Muchas veces preguntábamos a la Mater ¿por qué a nosotros? Siendo que no era lo que deseábamos para nuestros hijos, y sin embargo Dios lo permitió.

 

Hasta que llegó el año de la Misericordia decretado por el Papa Francisco. Con las reflexiones inducidas por el tema, entendimos que Dios nos pedía este desafío, para inclinarnos a captar el efecto transformador del amor y la misericordia de Dios, y dejar de preguntarnos ¿por qué a nosotros? ¡Qué soberbios pensando que no nos iba a tocar!, ¡quiénes éramos nosotros para que el Señor nos mantenga a salvo! ¿Para evitarnos sufrir en carne propia los desafíos y signos de la época? Y pudimos experimentar que varias familias aún dentro del movimiento estaban viviendo la misma experiencia. Uno de los fenómenos más dolorosos de estos tiempos, que llevó a muchos jóvenes a tomar decisiones radicales, buscando escape en las drogas o en una vida desordenada, junto a otras vivencias, hasta el mismo suicidio al encontrar el fuerte rechazo de sus familias; y en vez de llegar a tales extremos, nos preguntamos por qué no dejarnos cobijar por el amor misericordioso del Señor, que abre los brazos a los más pequeños y débiles. No seríamos nosotros quizás, testimonio de la necesidad de vivir con humildad, en oración, obedientes al plan de Dios, para que comprendamos que el Señor puede permitir una irregularidad, y que a partir de ella, obtener un bien como resultante creadora. Meditando sobre ese por qué, llegamos a la conclusión que el Señor lo quiso así y que frente a la desesperación, desencanto y el sentimiento de culpabilidad inicial, al pretender corregirlo a toda costa, ahora se abría un horizonte bien sufrido, ¡sí, bien sufrido! pero lleno de serenidad y esperanza, pues todo redunda en el bien para los que aman y confían en Dios. La vida continuó y nuestra relación con él no se cortó. Hoy podemos sentarnos a dialogar con más tranquilidad, teniendo como un marco importante su innata paz y bondad personal. Sentíamos que ese amor paternal y maternal hacia él, se mantenía anclado en Dios y que quizás esa debía ser la herramienta que en su momento es la tabla de salvación, que junto a la oración, la fe y la esperanza, sería nuestro aporte y tarea para afrontar de modo diferente un largo camino interior que se convierta en una oportunidad; y como estamos en el mundo, es lo que nos toca vivir, percibiendo que debemos continuar nuestra tarea en el amor y la comprensión. Para salvar a nuestro hijo, más que de la homosexualidad, de la falta de fe o dejar de reconocerse hijo de Dios, sería recomendable además que nuestra Iglesia Católica en la pastoral, siga ocupándose con mucha seriedad de los avances que la ciencia, la educación y el acompañamiento afectivo en Pastoral Familiar y así puedan ayudar a las familias que viven esa realidad.

Pero también nosotros, los matrimonios, las familias, en un mundo donde este tema separa a muchos, en donde hay posturas muy contrapuestas, juicios incluso violentos, por qué no construir puentes, salir al encuentro mediante testimonios de vida en donde podamos trabajar el amor de padres; como en la parábola del hijo pródigo “el amor es construir más puentes que divisiones”; es relevante resaltar la opinión de nuestro Papa Francisco sobre el ser homosexual, afirmando que ignorar al hijo o a la hija con tendencias homosexuales es una falta de maternidad y paternidad. Eres mi hijo y te quiero como eres. Ser homosexual no es un delito, es una condición humana; y  todos somos hijos de Dios y cada uno debe luchar por su dignidad. No deben condenarles sino darles apoyo, acompañar a los hijos y no esconderse. Tienen derecho a estar en una familia y nadie debe ser expulsado, ni sentirse miserable por ello. El Cardenal Hume expresó: “ser una persona homosexual no es ni moralmente bueno ni moralmente malo. Además, el reconocimiento de la dignidad de toda persona no se apoya ni se define en función de su orientación sexual, teniendo sin embargo la convicción del plan de Dios al crear al hombre y la mujer”. Los obispos norteamericanos dedujeron valiosas implicaciones para la pastoral en su carta que dice “siguen siendo nuestros hijos”, dirigida a padres con hijos homosexuales: “acepten y amen a sus hijos homosexuales; ámenlos y reconózcanlos como don de Dios”.

 

Como matrimonio y como familia, si bien atravesamos caminos oscuros, hoy podemos afirmar que tomados de la mano amorosa del padre Dios y de nuestra madre María, transitamos por caminos seguros que nos condujeron de la ignorancia a la sabiduría, y que ese amor misericordioso es el principal ingrediente que nos mantendrá en el sendero de la verdad que nos hará libres, porque finalmente en nuestra experiencia con Augusto y nuestros demás hijos, hay más cosas que nos unen de las que nos separan: nos une lo más importante y lo que jamás pasará, el amor.

 

Ahora queremos concluir cómo empezamos esta charla, mostrándoles la inscripción de nuestras alianzas “y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.  Esa foto (imágenes mostradas en la charla), la primera es del día de nuestro 50 aniversario de matrimonio, donde renovamos nuestra Alianza de Amor matrimonial. Las otras fotografías que vienen a continuación, somos la familia.  En la siguiente foto estamos nosotros solo con nuestros hijos; en la otra está el papá con los hijos varones; en la otra foto, somos los hijos más los yernos más los nietos.  En la siguiente y este es un pequeño recuento de Augusto: esa manito que ven ahí era cuando era bebé de la mano de una de sus hermanas, Gabriela. La segunda es cuando él era pequeño jugueteando y correteando; luego cuando él hizo de artista en el papel de Kentenich niño, fue en el año 2003. En estas se ve Augusto ya mayor, como es hoy y abajo es Augusto  rodeado de los funcionarios con quienes él trabaja en una empresa (de él y sus hermanas), él es maquillador social.

 

 

Queremos contarles también, que este testimonio, lo primero que hicimos cuando nos pidieron hacerlo, es preguntarle a él si nos daba permiso, si podíamos hablar de él; y nos dijo “sin ningún problema mamá y papá yo les voy a ayudar y yo voy a estar ahí”. Así es que cuando teníamos que sacar nuestros sentimientos del corazón, lo primero que hicimos fue mandarle a él el escrito y él nos corrigió, nos corrigió  no a su conveniencia.  Es más, él dijo “me encantaría poder dar yo también mi testimonio, de cómo yo me sentí en la familia cuando tomé esa decisión”.

 

 

Eso es lo que les podemos ofrecer esta tarde. Muchas gracias y los dejamos con el padre José María.

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