Iglesias de Bancas Vacías – Mario Requena Pinto (Bolivia)

Nos preguntamos por qué millones de católicos están dejando su religión y lo hacemos porque las estadísticas son difíciles de ignorar. Un estudio realizado en 2009 por el Foro Pew sobre Religión y Vida Pública, encontró que 1 de cada 10 adultos católicos en los Estados Unidos abandonó su Iglesia y que por cada cuatro que desertan hay uno que se convierte al catolicismo. Por otra parte, la asistencia a misa se ha reducido de un 75% de las personas que se reconocían como católicas en la década de los 50, a solamente un 25% hoy.  Si a esto se le agrega la edad que tienen los que ahora asisten a misa, encontramos que el 80% es mayor de 50 años y que la gente joven casi ya no va a misa. En Chile la tendencia es similar.

Por último, ante la pregunta sobre dónde se están yendo estos católicos,  la respuesta es que un 70% no se incorpora a ningún culto y más bien se declaran creyentes sin practicar una religión en particular. El otro 30% busca su crecimiento espiritual en el protestantismo liberal o en alguna de las decenas de comunidades evangélicas.

El caso de Chile es similar. Si bien el 70% de la gente se declara católica, casi la mitad expresa que no sigue los preceptos de la Iglesia en lo referente a ir a misa, el control de natalidad, el divorcio, las uniones gay, las relaciones sexuales prematrimoniales y otro sin fin de cosas que son propias del catolicismo y que no son aceptadas por la mayoría que prefiere declararse “católico a mi manera”.

Pareciera entonces que si la Iglesia Católica adoptara esos principios su problema de perder feligreses estaría resuelto, pero no es así. En las religiones protestantes que han ordenado mujeres, que tienen pastores casados, que aprueban todo tipo de arreglos sexuales y muchas otras cosas que el catolicismo rechaza, los problemas son incluso peores. Es así como, por ejemplo, la Iglesia Episcopal norteamericana, y sólo como ejemplo, experimenta una disminución de feligreses más rápida que cualquier otra rama del cristianismo en ese país.

Teología de la Disidencia

El origen de toda enorme crisis podría estar en que los católicos hemos desarrollado  una «teología de la disidencia», surgida de manera natural a partir de los disconformes de peso pesado de la “Humane Vitae “.  Estos teólogos se vieron a sí mismos como parte de la política religiosa de «oposición leal», recién nacida después del  Vaticano II, y que se alineó con una época de veloz cambio tecnológico y moral nunca antes experimentada en el mundo occidental. Así se dio paso a un tipo de disconformidad proveniente del hecho que cada censura y error del pasado aparentemente podían ser removidas sin culpa. Es decir, la Iglesia si bien cambiaba con el Concilio Vaticano II, no reconocía sus errores.

Todo esto condujo a que tanto el clero como los feligreses perdieran el “piso”, que se llamaba autoridad, seguridad y estabilidad respecto a una Iglesia que antes parecía tener un norte. Pero en los hechos era un cascarón vacío lleno de formas que no respondían a esa crisis, ya prevista por el padre Kentenich en los años 20 y que le costó un exilio de 14 años. Los primeros síntomas fueron el abandono masivo de curas y monjas y, más lento pero a su vez más contundente, fue el abandono de la práctica de la fe simbolizada por el número de personas que asistían a misa y que seguían en general los preceptos de la Iglesia.

Pero hay sectores que están creciendo en todas las religiones cristianas y ellos son los que predican esquemas conservadores tanto en la Iglesia Católica como en el protestantismo evangélico.  ¿Cuál es la razón de esta aparente contradicción?  ¿Es posible que si los católicos volvemos a la misa tridentina, rechazamos buena parte de los cambios que vinieron con el Concilio Vaticano II logremos tener más seguidores?

Entonces: ¿El Concilio Vaticano II aceleró lo que ya estaba incipiente o provocó la crisis de identidad en la que hoy está envuelta la Iglesia?  Los católicos conservadores piensan que la provocó  y por esa razón proponen que muchas cosas vuelvan a los tiempos preconciliares (partiendo por la misa). Pero si seguimos al padre Kentenich, lo que hizo el Concilio Vaticano II fue redirigir la Iglesia. El camino que se debe seguir, sin embargo, es todavía muy largo y lleno de peligros.

Soluciones

¿Cuál es la solución? Para responder a eso primero hay que preguntarse qué está buscando la gente. Muchos católicos dicen que se fueron de su parroquia y cuando lo hicieron nadie los llamó. Es decir nadie los extrañó.  En otras palabras, en lo que ellos pensaban que era su comunidad,  no los amaban ni tampoco eran necesarios.

Una justificación a esa ausencia de amor comunitario es que hoy en día los sacerdotes no tienen ni tiempo, ni dinero, ni ganas para cuidar su rebaño ya que están  exhaustos. A eso le podemos agregar que cuando uno de sus feligreses le comunica que se ha ido a una religión protestante, lo mejor que atina a responder es  «buena suerte» y olvida completamente la parábola del pastor y la oveja perdida.

Pero la verdad es que el problema no son sólo los sacerdotes. Los laicos, los que hacemos la comunidad, no estamos trabajando para conseguirla y con esa conducta estamos retroalimentando el problema. Si hablamos de comunidad, otra complicación es que las parroquias ya no son favorables a ellas, es decir, ya no existe un ambiente donde cada uno se siente acogido y llegado el caso, puede ofrecer amor al prójimo.

La Iglesia para muchos es cosa del pasado. Las palabras que vienen a la mente al preguntar por qué abandonaron la Iglesia son: aburrida, irrelevante, legalista, pero la frase que se repite siempre es “no tienen lo que busco, que es encontrar una comunidad que me acoja”.

¿Por qué las religiones evangélicas tienen la mayor tasa de conversión de católicos disidentes? Es porque se les hace «sentir» que son necesarios y que hay una comunidad que los acepta y los acoge. Pero por otra parte,  las congregaciones que tienen buenas bandas de rock, espectáculos de luz y una alta gama de sistemas de sonido tampoco son la solución, ya que si bien capturan un buen número de los adultos más jóvenes, no ofrecen una respuesta profunda y duradera a esa búsqueda inmanente al ser humano por crecer interiormente.

Esa es quizás la razón más importante del declive de la Iglesia. Los tiempos postmodernos nos han hecho indiferentes y poco afectuosos tanto con nuestros hermanos de comunidad como con los ajenos a ellas. Ahora cada uno está batallando en la selva de una economía y sociedad donde tener, pelear y ser egoísta son los valores que predominan.

Tal vez sea hora de volver a examinar las realidades de la Iglesia de los Primeros Tiempos, donde antes que las grandes formas y edificios,  lo que existía eran seguidores de Jesús en grupos más pequeños, menos complicados y más creativos. Hubo muchos conflictos, pero más energía y amor al prójimo.

Termino con una interpelación: ¿Se acuerdan lo que dice el Padre Kentenich cuando habla del “mañana y el pasado mañana”?

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