Los escándalos que han plagado a la Iglesia Católica en los últimos cinco años, relativos al abuso sexual sobre niños, ahora han llegado al propio Papa. Esto porque habría surgido la denuncia de que durante los años que ejerció como arzobispo en una diócesis en Alemania, se habría relocalizado a un sacerdote abusador a otra parroquia (donde volvió a abusar sexualmente de un menor). El problema surge ya que, bajo el canon católico, este tipo de conflictos tienen que ser de conocimiento público y además resueltos por el obispo del lugar.
En su última carta pastoral a la Iglesia de Irlanda, Benedicto XVI demuestra una enorme claridad acerca de cómo la Iglesia Católica debe tratar de ahora en adelante este asunto, tomando una política de tolerancia cero para estos crímenes. Para ello se estaría aumentando la vigilancia sobre los sacerdotes, procediendo a denunciar a los infractores apenas se los descubre. Sin embargo, la complicación subsiste en relación a cómo se deben resolver los casos antiguos, teniendo además como antecedente que en Estados Unidos la Iglesia ha optado por pagar fuertes compensaciones económicas a las víctimas.
El tema, entonces, no está completamente resuelto. De acuerdo con los sistemas judiciales de todos los países en que este drama se ha desencadenado, dicho tipo de delitos no prescribe, por lo tanto el problema es realmente grave, ya que si se decide enjuiciar a los transgresores saldrá a la luz que, en muchos casos, la jerarquía eclesiástica realmente protegió a los abusadores y esto terminará afectando fuertemente la autoridad moral de la Iglesia. Algo delicado en tiempos donde la fe y la religión en general están siendo fuertemente atacadas, y de un modo particularmente duro, la Iglesia Católica.
Es muy difícil proponer una solución hacia atrás, ya que es probable que la cuestión de encubrimiento subsista en algunos de los nuevos casos que aparezcan y, en ese sentido, pareciera ser que el único camino posible es esperar que los nuevos casos no impliquen a la jerarquía e ir resolviéndolos uno por uno, castigando con todo el peso de la justicia a los infractores.
Producto de la contrariedad provocada por este tema, ha surgido la hipótesis de que el celibato es la causante principal de esta desviación, para lo cual se estaría utilizando el hecho de que el cardenal arzobispo de Viena Christoph Schoenborn habría pedido el examen «honesto» del celibato sacerdotal para erradicar los orígenes de abuso sexual. Los defensores de esta petición argumentan que el celibato no es un estado natural o saludable para el ser humano y que al ser un requisito para ejercer el sacerdocio, es evidente que las órdenes religiosas en general tendrán un gran contingente de hombres y mujeres con necesidades sexuales reprimidas y comportamientos rechazados por la Iglesia, como lo es la homosexualidad. Por eso, fuera cual fuera la razón de tener un sacerdocio célibe en el pasado, pareciera que la Iglesia debiera afrontar el hecho de que la anulación del celibato sería una buena manera de eliminar estos problemas y que serviría para además renovar las vocaciones hacia el sacerdocio.
El planteamiento anterior encierra un peligroso sofisma: asumir que la vida matrimonial es muy sencilla y fácil de llevar y que los sacerdotes casados no tendrán los problemas que afectan a una familia como la educación de los hijos, la relación de pareja, los problemas económicos, que son los temas que están provocando que en la actualidad un 50 por ciento de los matrimonios terminen en divorcio.
Profundizando en el tema económico, es un hecho que si ya la Iglesia no tiene dinero para sostener a un párroco «soltero», más difícil aún será sostener a su familia y sus necesidades de manutención, alimentación y educación, aparte del funcionamiento propio de la parroquia. Si bien es cierto que las Iglesias protestantes han logrado cubrir estos gastos, esto se debe a que existe una cultura de aporte del feligrés a esas iglesias en los países donde el protestantismo predomina, cuestión que no existe en los países en vías de desarrollo, que es donde la Iglesia Católica es más fuerte. Por otra parte, si hay algo que distingue a los curas y monjas católicos y que hace que sean tan admirados en el mundo protestante, es la absoluta entrega a su grey, cuestión que no podrán cumplir si poseen una familia.
Como se ve, eliminar el celibato no es la solución y afectaría profundamente, además, al ser de la Iglesia Católica, ya que pronto se vería envuelta en los graves problemas que afectan hoy en día a las iglesias protestantes, relacionados con los altos índices de divorcio que aquejan a sus pastores y a ese profundo relativismo o fundamentalismo que tanto está dañando a la moral protestante.
¿Cuál es entonces la solución? La respuesta es simple, pero su implementación es complicada. Es la hora de los laicos y, en ese sentido, la Iglesia deberá redefinir el rol que los sacerdotes y monjas conjuntamente con los laicos podemos desempeñar en la sociedad, y sobre esa base construir sólidos cimientos para que nuestra Iglesia siga siendo el faro que alumbra a la civilización occidental.