Japón tuvo el más severo terremoto en su historia conocida y ha llamado la atención cómo los habitantes de las ciudades afectadas han reaccionado con disciplina, orden, estoicismo y bravura para ayudarse entre ellos.
Chile tuvo un terrible terremoto hace poco más de un año, la destrucción fue enorme y los chilenos trabajaron juntos, en orden, con eficiencia y energía para superar las dificultades y el país volvió a la normalidad en un periodo relativamente corto de tiempo. Todavía quedan por resolver muchos problemas, pero en general se ve a Chile en el camino correcto.
Haití, como contraste, después de su terremoto simplemente se desarmó en pedazos y hoy continúa como un problema sin resolver. Haití es el país más pobre de Latinoamérica y figura entre los más pobres del mundo. Su pueblo nunca ha gozado de prosperidad, y la pobreza reinante hace que la recuperación del nivel de vida, por lo menos el que había hasta antes del terremoto, sea casi imposible.
¿Qué hace que unos pueblos sean más capaces que otros para salir adelante después de las catástrofes que sufren?
Respecto a Japón, un aspecto que ha resaltado fue que después del desastre no se observó gente loteando y haciendo pillaje sobre las ruinas. Más bien, las víctimas están formando líneas afuera de los supermercados y esperan pacientemente ser atendidos. Más aún, los periodistas que han llegado al lugar del desastre, resaltan la gentileza y respeto que las víctimas tienen entre ellos. Es la legendaria delicadeza y amabilidad con que se conoce al pueblo japonés. ¿De dónde sale todo esto? y ¿Por qué somos tan distintos los países de cultura occidental, ni que decir los latinos?
Un aspecto a analizar es la religión. Los japoneses mezclan las tradiciones y costumbres budistas con su propia religión conocida como Shinto y se mueven entre ambas religiones dependiendo del momento de sus vidas. Al nacer asisten a un santuario Shinto y al morir, las ceremonias se realizan de acuerdo al rito budista; en general la tragedia y el sufrimiento se manejan siguiendo la tradición budista. La diferencia con el Islam, el cristianismo y el judaísmo es que estas tres religiones, al momento de enfrentar la tragedia, se preguntan por qué Dios permitió la catástrofe. En cambio el shinto-budismo educa a sus seguidores en cuál debe ser la reacción de la víctima ante la catástrofe. De ahí surgen entonces la disciplina, el orden y el estoicismo necesarios para enfrentar la desgracia.
Los antropólogos hablan que en Japón, existe lo que se conoce como «cultura de la vergüenza» como opuesta a lo que en Occidente conocemos como «cultura de la culpa». Esto implica que las personas están restringidas a tener un buen comportamiento por la vergüenza que significa el ser juzgados de manera negativa por la comunidad. Asimismo, en el Japón actual, el respeto a la propiedad privada se educa desde la cuna, de ahí que el pillaje es una conducta vergonzosa. Es famoso el ejemplo del niño que es llevado por su padre al cuartel de policía del vecindario para entregar al guardia la moneda que encontró en el parque. Para cimentar estos valores, la cultura de reciprocidad y respeto al valor común es reforzada por el sistema y sus instituciones. Tu amabilidad será premiada; pero tu descortesía y frialdad será castigada, siendo las instituciones las encargadas del castigo.
Desde el punto de vista de un economista, todo este conjunto de reglas y creencias construye un sistema donde la confianza debe prevalecer y es así que estudios econométricos que relacionan el nivel de desarrollo con el grado de confianza entre los miembros de una sociedad muestran que a mayor confianza mayor desarrollo. Ambos valores apoyados por instituciones poderosas e independientes de la política.
¿Adónde queremos llegar? ¿Deberíamos ser todos como los japoneses y adoptar el shinto-budismo?
Por supuesto que no, pero está claro que los valores occidentales donde el individualismo prevalece sobre el bien de la comunidad, nos está llevando a una catástrofe.