Patricio Chaparro reflexiona sobre los dichos de los dirigentes juveniles -tenemos vocación de poder- en las últimas elecciones de estudiantes universitarios. «La vocación de poder debiera ir acompañada de la vocación por el derecho… Los requisitos, alcances y límites del derecho no son para que el político o aspirante a poderoso no sea exitoso en su intento.Pero el político debe encontrar en el derecho el sentido más noble de su vocación y aspiración al poder».
En medio de la avalancha de declaraciones, entrevistas, análisis pre y pos elecciones estudiantiles universitarias de fines del año recién pasado, un dirigente expresa una frase genial: tengo/tenemos vocación de poder.
No la cito entre comillas porque la frase pasó bastante inadvertida y prácticamente desapareció de los medios.
A mi me pareció una declaración sin ambigüedades, que es para anotar y comentar tanto por su contenido como por su directo reconocimeinto del carácter de políticos de los dirigentes estudianties, especialmente los universitarios.
Aseveración esta última que se ha visto por lo demás refrendada en las candidaturas y eventuales futuras candidaturas a cargos de poder político de algunos de ellos.
Pienso que la frase antes aludida permitiría iniciar una exposición o una conferencia en materia del poder político.
Desde luego, constituye una definición básica del político: son aquellos que tienen vocación de poder. Sean de derecha, de centro, de izquierda o que aspiren a conservar, reformar o revolucionar la sociedad o cualquiera sea la ideología que sustenten, todos tienen vocación de poder.
A mi juicio, nada negativo hay necesariamente en ello. Dependerá de cómo pretenden obtener y para qué quieren los políticos el poder a que aspiran.
De otro lado, es preciso destacar que la aludida vocación no es a cualquier poder, por cierto. Así, en el caso mencionado, no refiere exclusivamente al poder del Presidente de una Federación de Estudiantes Universitarios.
Se trata del poder político en una sociedad. Esto es, aquél que permite a quienes lo sustenten tomar decisiones que serán obligatorias para todos sus miembros, puesto que tendrán como apoyo para su cumplimiento, incluso compulsivo, la fuerza legítima que sea preciso aplicar.
Ese poder, que por su esencia puede ser temible y terrible, nos pertenece a todos y cada uno de nosotros los ciudadanos. Ello si se organiza, obtiene y ejerce dentro de las reglas de un régimen político democrático, conviene anotar.
Entonces, si alguien expresa que tiene vocación y aspiración a ese poder societal, considero que, en principio, nada hay que objetar. Cada uno de nosotros y todos nosotros los ciudadanos podemos tener esa aspiración y vocación.
Eso sí, hay que reconocer que solamente algunos intentarán hacer realidad esa aspiración y vocación, en un terreno que sabemos es duro, difícil, en ocasiones brutal, especialmente cuando se traspasan o no se respetan la reglas básicas civilizadas de los regímenes políticos democráticos, como tantas veces nos ha ocurrido en América Latina y también en Chile.
Poder y Derecho
Por eso mismo conviene reflexionar que la vocación de poder debiera ir acompañada de la vocación por el derecho. Dicho sea de paso, no se necesita estrictamente ser abogado o jurista para tener esa vocación por el respeto al derecho. Todo ciudadano debiera conocer y tener respeto al derecho vigente en su ciudad (Estado).
Por cierto, los requisitos, alcances y límites del derecho no son para que el político o aspirante a poderoso no sea exitoso en su intento.
Un político tiene que tratar de ser exitoso. Proponer algo distinto es ilusorio o un sin sentido.
Pero el político, en mi perspectiva, debe encontrar en el derecho el sentido más noble de su vocación y aspiración al poder.
Puesto que solamente dentro del derecho y del respeto al mismo es posible encontrar la paz social, la libertad, la justicia, la igualdad de oportunidades y de condiciones humanas iniciales básicas, la dignidad y derechos fundamentales de la persona humana, entre otros valores que orientan o debieran orientar- la aspiración y vocación al poder.
Eso por una parte.
Por la otra, quiénes son jóvenes y tienen y declaran abiertamente su vocación al poder tendrán que reconocer que existen otras personas con la misma y legítima aspiración y vocación al poder.
En tal sentido, los jóvenes y los no tan jóvenes o incluso viejos políticos deben enfrentarse, comparar opiniones, discutir y conversar civilizadamente sus diferencias y convencernos a nosotros, los ciudadanos, acerca de quien tiene la razón en sus planteamientos.
Opino que en todo lo anterior los viejos políticos tienen no solamente un derecho sino una importante y gran obligación que cumplir.
Un crítico expresó que después de las antes aludidas elecciones estudiantiles universitarias, los analistas examinaríamos con lupa las declaraciones de los ganadores. Y lo expresó de modo peyorativo. No comparto esa apreciación.
Si los jóvenes tienen vocación por el poder, deben someter al escrutinio público, de nosotros, el pueblo, sus aspiraciones a obtenerlo.
Ahora ya es tiempo que articulen, agreguen, organicen y expresen sus proposiciones y nos convenzan que sus aspiraciones y vocación de poder, y acerca de cómo ejercerlo, merecen el apoyo de nosotros, los únicos legítimos dueños de ese poder al que aspiran.