Vivimos en un mundo en que se valora y se trata de practicar la transparencia. Así, nada ni nadie está inmune a que sus ideas, actitudes y conductas reales sean escrutadas y expuestas en público.
Los relativamente recientes y aún no concluidos escándalos en torno a los casos de pedofilia y abusos sexuales que han afectado a nuestra Iglesia Católica en muchos países del mundo, y también en Chile, muestran que ninguna persona y ninguna institución puede sentirse o creerse ajena a los fenómenos aludidos.
No se trata solamente de algo asociado a los medios tradicionales de comunicación, esto es la prensa escrita o digital, la radio o televisión. Se trata de que, además de tales medios, existen redes de comunicación social instantáneas, extendidas y poderosas en su alcance, que la moderna y pos moderna tecnología de la información y comunicación ha puesto al alcance sus eventuales usuarios, que en realidad son, o somos, millones. Este propio sitio, SchoenstattVivo, es un ejemplo de lo que argumento…
De otro lado, ello también ha significado una especie de democratización no solo de la información sino también de la opinión que se puede tener y expresar -si uno así lo desea- a través de tales redes y que, en ocasiones, incluso llegan a ser publicadas en los medios más tradicionales.
Por otra parte, la información de hechos y la opinión que sobre ellos tengamos no han quedado hoy encapsuladas a lo que expresen las «autoridades» o los «voceros» o los «encargados de prensa» o los «expertos comunicacionales» o como quiera denominarse a quiénes se encarguen de proveernos de información y de opiniones oficiales. Los hechos y la opinión que se tenga sobre ellos ya no se observan y evalúan exclusivamente a través de prismas oficiales, de autoridad, sino que cada uno de nosotros puede -y debe, en mi perspectiva- obtener información, formarse una opinión y expresarla por alguno de los múltiples canales existentes.
Así las cosas, ya no puede alegarse aquello de «la ropa sucia se lava en casa», como algunos argumentaron en torno a algunas de las aristas de los hechos aludidos al inicio de este artículo. Ese argumento, que en muchos casos oculta una intención de secretismo, ocultamiento y en ocasiones incluso de encubrimiento, no funciona, para nada, en una sociedad como la nuestra, caracterizada por la valoración de la transparencia, el escrutinio y la exposición pública. La ropa sucia hay que lavarla en casa desde luego, pero con plena conciencia que de inmediato, o casi de inmediato, será lavada en la plaza pública.
La transparencia lleva al escrutinio, el examen diario, intenso, de aquello que planteamos y aquello que hacemos en la realidad. No basta con predicar actitudes, valores, e ideales -sean de ética sexual o social. La pregunta que surge de inmediato es qué estamos haciendo nosotros para transformar tales prédicas y valores en actitudes, conductas y acciones específicas, que se puedan observar empíricamente. Y por cierto, existen espacios personales y lugares institucionalizados, como los de la propia Iglesia Católica, sus Universidades, Colegios, Fundaciones y otras obras, en que podemos demostrar que aquello que planteamos como ideales ético-sexual y social para toda la sociedad podemos hacerlos realidad en aquellos ámbitos propios, aunque éstos sean relativamente reducidos.
Por ello, considero que no basta hoy en día con predicar a los otros. Debemos predicar para nosotros mismos, como personas y como instituciones, y entonces tratar con todas nuestras fuerzas y energías de transformar la prédica en realidades observables, pues serán objeto de escrutinio, opinión, crítica y exposición pública.
Aquello que argumento en los párrafos precedentes me conduce también pensar en cuán debilitada se encuentra la «autoridad» de quien expresa algo. No basta hoy con argumentar que así lo dijo tal o cual persona o autoridad, sea religiosa, política, económica o social. La autoridad ya no proviene tanto del cargo que se ocupa, o que incluso se ha ganado en elecciones libres y democráticas, sino del respaldo de los hechos que confirman que aquello que se ha expresado es congruente con aquello que se hace realmente. A esto último se le denomina consistencia o coherencia, pero tal tema quizás debiera ser objeto de otra reflexión.
Patricio Chaparro N.
Abril de 2011