La columna escrito por Patricio Young, «Los laicos somos o no somos Iglesia», me hizo pensar en escribir un comentario al propio artículo. Sin embargo, éste estaba saliendo muy largo y, por lo tanto, decidí convertirlo en otro artículo. A la vez, tengo la esperanza de que genere un debate que nos permita a todos sacar conclusiones e ideas respecto de lo que plantea Patricio, mi hermano de Federación y uno de los pocos que conozco que tiene la inquietud manifiesta de hacer algo respecto de los problemas que tiene nuestra Iglesia. Como buen debate, primero quiero citar dos frases de esa columna que para mí son claves y, a la vez, me provocan inquietud: «¿Por qué tiene que hablar por mí, como católico, alguien que teniendo una autoridad pastoral no puede asumir el pensamiento de todos los católicos de su diócesis y menos del país cuando se refiere a temas temporales?» «Señores Obispos, por favor dense cuenta que hay que generar urgentes cambios de paradigmas, no sigan haciendo más de lo mismo. Ustedes con nosotros debemos generar un pensamiento común. Un planteamiento en conjunto tendrá hoy mucho más impacto y validez para la sociedad, dada la baja de credibilidad de la Iglesia institucional hoy. Además, asegura una mayor lectura a lo menos del laicado que se sentirá más representado y comprometido con su contenido».
En concreto y antes de continuar, creo que es importante afirmar que Patricio afirma que la Iglesia está en crisis y que necesita una profunda renovación, lo cual no es nuevo y además estamos todos de acuerdo. Ya lo dijo el Padre Kentenich hace casi 100 años y de manera más rotunda el 31 mayo 1949, lo cual le costó 14 años de exilio. El tema está en que hace 50 ó 100 años, esa afirmación no parecía ser tan dramática como lo es ahora. Era como un doctor que se da cuenta que su paciente tiene cáncer, de esos que matan lento, pero el paciente se siente bien y no le hace caso hasta que la enfermedad está tan avanzada, ya hay poco que hacer y sólo quedan las medidas desesperadas.
Como decimos los economistas, todos estamos de acuerdo en el «que» hay que hacer, pero las diferencias, las peleas y los desencuentros aparecen cuando tenemos que decidir «como» resolver los problemas. Y es en los «cómos» donde creo tener algunas diferencias con Patricio, que probablemente sean más de forma que de fondo.
Para presentar mis ideas empiezo con lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica respecto del Magisterio de la Iglesia.
En sus secciones 85, 86, y 87 el Catecismo dice:
85. «El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo«, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
86. «El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar solamente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído«.
87. Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a vosotros escucha a mí me escucha» (Lc 10, 16; Cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.
Y finalmente las secciones 2034 y 2036 dicen:
2034. El Romano Pontífice y los obispos como «maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica«. El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él, enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar.
2036. La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las prescripciones de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios.
Y aquí surgen las discrepancias, ya que según Patricio, los obispos no tendrían autoridad para asumir el pensamiento de todos o algunos de los católicos en temas temporales, y con eso está yendo de frente con lo que cito más arriba del Catecismo: los únicos que tienen autoridad para interpretar auténticamente la palabra de Dios son el obispo de Roma a la cabeza de todos los obispos, y este Magisterio de la Iglesia debe ser seguido por los fieles destacándose la caridad y la humildad.
Por otra parte, el afirmar que los curas solamente pueden hablar de lo que es religión y el cielo y que no debieran meterse en los temas temporales, es el clásico mecanicismo que tanto criticamos en Schoenstatt, y por eso yo no estoy de acuerdo con Patricio. A mi modo de entender, uno de los problemas enormes que tenemos los católicos es la disociación entre el ser y el hacer, y con esto no estoy diciendo nada nuevo tanto para los católicos, menos para los schoenstattianos y menos aún para la naturaleza humana.
Aparentemente (y lo subrayo) Patricio está pidiendo un nivel de democracia en la Iglesia entre los laicos y los consagrados que, según mi opinión, si llegara a ser aceptado, los 2000 años de existencia de la única institución en la cultura occidental, que a pesar de sus divisiones, continúa sobreviviendo, se habrían acabado. Nuestra sociedad necesita ahora más que nunca elementos estables que le den una luz, un norte, y éstos solamente puede ser dados por el Magisterio de la Iglesia en la forma que está definido y que es precisamente lo que hace que la Iglesia Católica se diferencie radicalmente de las iglesias protestantes y que, además, sea un incordio para los ateos y, en general, para los que consideran que la moral, la religión y la ética son temas personales y no sociales.
Yo pienso que, si bien la Iglesia tiene que cambiar, especialmente en varias de las cosas que Patricio apunta, lo que nunca tiene que cambiar es el derecho que tienen el Papa y los obispos a dictar reglas relacionadas con la moral y la ética a los que nos consideramos católicos. La razón es simple: yo creo firmemente que el Espíritu Santo los ilumina para dar guías y criticar el orden temporal, así como creo también que el padre Kentenich, además de ser un genio, tiene que haber estado profundamente iluminado por el Espíritu Santo para fundar su obra y ser un profeta. Y estamos hablando del «mismo» Espíritu Santo…
Y esa es la razón por la que creo por qué Cristo dijo «mi Iglesia no perecerá». Es gracias al Espíritu Santo que todavía sobrevive y el problema somos las personas, tanto curas como laicos, que tenemos conductas alejadísimas a lo que predica el Evangelio. No creo que sea posible encontrar ni en las Encíclicas ni las Cartas de los Obispos algo que sea criticable desde el punto de vista ético, moral y que está relacionado con el orden temporal y más bien lo que nos escuece a todos (curas y laicos) es que no seamos capaces de hacer vida que predicamos.
Si bien tienen que cambiar las formas de comunicación de la Iglesia y otras cosas relacionadas con su estructura y el rol de los laicos, hay aspectos de fondo que nunca debieran ser cambiados, y el primero de ellos es el derecho de los curas y los obispos a meterse en el orden temporal, especialmente cuando le dicen, a la luz del Espíritu Santo, a los gobiernos y a sus feligreses lo que Dios espera de nosotros.