Si entendemos la sexualidad como un conjunto de características físicas y psicológicas propias, en nuestra legislación prevalece la genitalidad que no comprende siquiera todo lo físico y menos lo psicológico. ¿Qué pasa entonces cuando hay disonancia entre uno y otro?
El Oscar obtenido por La Mujer Fantástica, ha puesto en un contexto real la situación de las minorías sexuales en nuestro país. Situación que afecta aproximadamente al 1% de nuestra población mayor de 18 años, según estudios de la CASEM 2015 y del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la PUC.
Aun cuando estadísticas de este tipo de estudios tienen los sesgos propios de la consulta que se hace y el nivel de sinceridad de los entrevistados, por lo que podría ser algo mayor. A nivel internacional las cifras van entre un 3 y un 5%.
Pero más allá del número, el tema es relevante porque afecta humanamente a un sector de la población y ello exige nuestra atención.
A través de los años, esta realidad se ha preferido invisibilizarla y cuando aparece, se ve como una perversión sexual.
Solo se despierta a la realidad, cuando nos vemos afectados directamente a través de un hijo, un pariente o un amigo muy cercano. Allí se caen los velos, comprenden la realidad humana, el dolor y las dificultades que deben enfrentar.
Allí entienden que no son expresiones de promiscuidad sexual o de una construcción social. En la cercanía de la experiencia real van comprendiendo que esta conducta se les manifiesta desde niño y que muchas veces se tapa o se justifica.
Son niñas o niños que a lo largo de su infancia y adolescencia tienen conductas, intereses e incluso una psicomotricidad propia del sexo opuesto.
¿Cómo puede ser si en la misma familia con igual educación y socialización, sus hermanos son heterosexuales? ¿Cómo comprenderlo y explicarlo? Las respuestas banales y superficiales ya no tienen cabida.
En la búsqueda de una mayor explicación, encontramos que hoy la ciencia habla de la existencia de componentes genéticos. Ello podría explicar mucho esta realidad, pero aún no hay un consenso al respecto ni menos respuestas certeras a su origen real.
Pero mientras la ciencia busca respuesta, la sociedad debe atender el problema humano.
¿Sabía usted que la mujer fantástica- Daniela Vega- hoy viaja por el mundo con un pasaporte que la identifica como hombre?
Que duro y doloroso debe ser para ella pasar por los controles con una condición que no la identifica. La razón es que en nuestro país solo puede cambiar su identidad de sexo después de haberse operado y seguido de un largo trámite.
Si entendemos la sexualidad como un conjunto de características físicas y psicológicas propias, en nuestra legislación prevalece la genitalidad que no comprende siquiera todo lo físico y menos lo psicológico. ¿Qué pasa entonces cuando hay disonancia entre uno y otro?
En fin, es un grueso tema que de alguna manera se espera responder con la cuestionada ley de Identidad de Género que está en el congreso. Sin embargo, siendo importante lo que se determine legalmente, tiene mayor valor la conducta y actitud que tengamos como sociedad frente a esta realidad, valorando y respetando su dignidad humana.
Me ha tocado conocer la experiencia de padres que con dolor y dificultad confiesan que su hijo es homosexual o su hija lesbiana. Es un verdadero parto contarlo porque sienten que la sociedad, de alguna manera los escrutará.
¿Qué habrán hecho tan mal para que el hijo o hija le salga así? Es una situación que no solo afecta a la persona misma, sino también a toda su familia.
La ignorancia y los prejuicios que invaden nuestra sociedad nos llevan por mal camino, afectando la dignidad humana de las minorías sexuales.
Para quienes tenemos una fe religiosa y que nos anclamos más en el deber ser que en el ser, muchas veces nos llenamos de prejuicios y es hora que reconozcamos que siendo una realidad natural es también permitida por Dios.
Es tiempo de ponernos en el lugar de ellos y de su entorno, para develarla y comprenderla en toda su dimensión con una gran dosis de amor y misericordia.