Escribo esta columna el 1° de mayo, durante la conmemoración del Día del Trabajo. Recién he leído un texto cuya idea central enfatiza que la presencia de Jesús en el mundo depende de cada uno de nosotros. El autor, citando a Santa Teresa de Ávila, nos llama a «convertirnos en las manos físicas de Dios, sus pies, su boca y su corazón en este mundo».
La reflexión que comparto en estas líneas apunta a que muchas veces, conforme experiencia propia, olvidamos que el trabajo diario es tal vez el espacio más frecuente y concreto donde como cristianos podemos asumir nuestra responsabilidad de actuar hoy como Jesús hubiera actuado en nuestro lugar y circunstancia.
En efecto, es en la organización en la que trabajamos donde pasamos el mayor número de horas del día y seguramente allí también es donde nos vinculamos con un mayor número de personas. Más allá de la tarea que realicemos o el cargo que cada uno tengamos, es nuestra actividad laboral nuestro vínculo con la posibilidad de hacer cosas, desarrollar ideas, concretar objetivos, alcanzar metas. También es nuestra labor la que nos relaciona más directamente con la realidad de las diferentes situaciones y necesidades de las personas. En fin, el ámbito laboral es un espacio privilegiado para, a través de nuestra acción concreta, reflejar el rostro de Cristo en nuestro entorno.
Pienso que muchas veces perdemos la oportunidad de hacerlo o, tal vez, ni siquiera nos acordamos que ésa es una de nuestras principales tareas como creyentes. Se necesita de nosotros para que Dios llegue a quienes lo necesitan.
Es por eso que en nuestra actividad como médicos, profesores, carabineros, arquitectos, contadores, políticos, trabajadores de la construcción, artistas, militares, abogados, agricultores o comerciantes tenemos un maravilloso espacio para dar testimonio diario. Existe un sinfín de situaciones donde podemos observar las tremendas necesidades y dolores de los otros, permitiéndonos así identificar la forma de aportar apoyo iluminados por el mensaje de Jesús.
Hacerlo es un desafío de cada cual y sin duda un proyecto de vida muy personal. Asumirlo ayudará a muchos que requieren a Dios para enfrentar su vida. Sin embargo, a quienes más fortalecerá será a nosotros mismos ya que, sin lugar a dudas, le daremos contenido a nuestra fe.
Jamás deberíamos olvidar lo que la oración citada al principio, y que se atribuye a Santa Teresa de Ávila, expresa: «Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo y no tiene manos sino las tuyas». Y ése es el llamado que se nos hace como comunidad de Schoenstatt: constituir el Santuario en el Trabajo, lo que significará un tremendo apoyo que nos ayudará a emprender la tarea y perseverar en ella. Asumamos que somos instrumentos llamados a mostrar el Dios vivo en nuestra actividad laboral y compartirlo con la gente que nos rodea.