La teoría psicológica nos convenció, con razón de que prácticamente lo único que hace nuestra mente es recortar. Selecciona parte de la realidad y la procesa, partiéndola en trozos cada vez más pequeños, y luego organiza aquellos retazos en nuevas composiciones.
Con mi cámara delante del ojo, ejerzo apasionadamente mi vocación de tijera. A veces movido por la voluntad y otras por la Providencia, no menos veces por los genios interiores, voy tomando un color, una forma, un gesto que me llaman la atención. Y esos retazos van quedando almacenados en la tarjeta de la cámara, en el disco del computador, pero al mismo tiempo se me sellan al alma para siempre ¡qué gran manera de recordar!
La belleza del mundo no la puedo captar sino a sorbos. Detrás del lente la recibo en dosis higiénicas, que me permiten agradecer desde el fondo del alma. Cuando se nos hace imposible adquirir aquello que damos en llamar realidad, no hay mejor que digerirla en pedazos masticables cuidadosamente, en fotos.
Cuando la pesadez de la vida no sale del alma sino lubricada por lágrimas o gritos, existe otra alternativa, tomar ese maravilloso aparato que congela el tiempo y decir el gozo o la pena con un click.
