¿Cómo encaramos una educación de calidad genuina en Latinoamérica? ¿Los colegios católicos están educando para que sus futuros egresados tengan un verdadero interés social?
Privado vs. Estatal, ricos y pobres, huelgas y escolaridad completa, viajes a Europa con intercambios estudiantiles, cultivo de la huerta, proyectos sociales sostenidos en el tiempo y significativos para la comunidad escolar…
¿Cómo encaramos una educación de calidad genuina?
Argentina padece una enfermedad crónica: la privatización de los sectores donde el Bien común debería ser lo que todos queremos de la misma manera o por lo menos teniendo la igualdad de oportunidades para llegar a ello.
La educación pública de gestión privada marca, en sus infinitas variables, un desafío cada vez mayor: ¿cómo generar equidad? ¿Cómo educar a nuestros hijos que asisten a estas escuelas de élite a que se responsabilicen por la cuestión social y por agrandarles la mirada hacia un país atravesado por la desigualdad, por la desconfianza y por la pobreza?
Tenemos una clase media y media alta que asiste a escuelas privadas, pasa a universidades privadas y sigue en el mundo de lo privado cómodamente, sin cuestionarse si la formación que recibió (muchísimas veces con grandes sacrificios de parte de los padres) debería ser volcada al bien de la sociedad civil. Y hacemos intercambios a Europa, compramos programas de educación con estándares internacionales con la idea de que ese grupo social tenga al menos una educación de calidad que dé a los chicos las herramientas para lograr éxito en el mundo del mañana.
Y ofrecemos en nuestras escuelas viajes al interior del país en hoteles 4 estrellas y los viajes de egresados resultan ser una combinación de hoteles de lujo, fiesta continuada, un «all inclusive» para que a nuestros hijos «no les pase nada» mientras ellos lo único que quieren es divertirse en fiestas cada vez más sofisticadas y los padres pensando que «se lo merecen después de 12 años de escolaridad».
Una sociedad que de tan caprichosa perdió el rumbo del Bien común. En el fondo no nos animamos a dar un paso cualitativo en serio: aumentar el sueldo en serio a los docentes para desde allí generar la creatividad necesaria para rescatar lo más genuino de la idiosincrasia argentina y latinoamericana en un mundo globalizado pero apostando de verdad a la figura del docente no sólo con los discursos de agradecimiento.
Porque pensamos que algunos de nuestros colegios privados tienen programas que elevan el nivel educativo, caemos en un círculo vicioso: los mejores promedios de estos colegios no llegan a igualar a los promedios más bajos de los países con buen nivel educativo. Esta paradoja de pensar que «mi hijo que va a un colegio de calidad y por ello se salva de estas estadísticas internacionales», resulta cómoda y no hace más que agigantar esta brecha entre lo público y lo privado porque, en definitiva, la educación argentina tiene un pésimo nivel, pero creemos que a nosotros no nos toca, como alguna vez sostuvo Jaim Etcheverry.
¿Cuál es el secreto de Finlandia? Muchos. Pero quizás el más importante es el lugar que ocupa el maestro. ¿Cómo lo lograron? Revalorizando la figura del maestro.
¿Qué necesitamos para lograr una mejor educación? Invertir en el docente. Hacer salidas de campo, trabajar con los docentes en serio, concentrarse en lo propio, competir con la exclusión incluyendo todas las miradas, elaborar planes de becas para que la heterogeneidad sea una realidad… si cerramos cada vez más las puertas por todo lo que conllevan los programas internacionales, los viajes y las cosas superfluas que tiene la educación y que pensamos que eso es lo que determina la calidad educativa, entonces allí estamos haciendo un colegio de puertas cerradas al mundo real, por más viajes internacionales que tengamos.
Yo confío tanto en la gente que tenemos en nuestro país que estoy segura podemos innovar y ser un ejemplo de educación de calidad desde lo nuestro combinado con lo mejor de otros países. Yo sé que podemos generar un espacio de educación donde el compromiso por el Bien Común sea honesto y genere un cambio en nuestros hijos que están acostumbrados a tenerlo todo al alcance de la mano. Que el esfuerzo que implica rendir un examen sea el mismo así se corrija en Londres o en Salta.
La pedagogía kentenijiana, u orgánica que asumen muchos de nuestros colegios pueden caer en esta trampa mortal de seguir ensanchando la brecha educativa y esa brecha no le hace bien a nadie. Porque no está comprobado que dando todo a nuestros alumnos, abriéndoles la cabeza a través de lo internacional, esos alumnos hayan podido responder de manera genuina al bien social. ¿Cuántos liderazgos salieron de nuestros colegios católicos? ¿Qué diferencia en el conjunto social marcaron nuestros colegios y universidades católicas y pontificias? ¿Qué políticos sacamos comprometidos mínimamente con los valores católicos que afirmamos en nuestros colegios y universidades? ¿Dónde están los programas creados por nosotros, que hemos recibido una educación de excelencia?
La deuda social que tenemos para con nuestra patria es muy grande. Hicimos mucho. Pero tenemos mucho más por hacer.
Repensar la educación desde un lugar más incluyente, abrir la mirada a revolucionar en serio el sistema educativo requiere de mucho más compromiso y creatividad de lo que estamos mostrando hasta ahora, lo que no es poco.
Se requiere de muchísimo coraje para encarar la reforma integral del sistema educativo y apuntar a cambiar la mentalidad de una sociedad centrada en los beneficios individuales a educar una sociedad en lo civil y la cooperación.
Desafíos para las generaciones que vienen. Innovar por caminos hasta ahora no seguidos. Salir de la mediocridad y la comodidad de lo «ya hecho», salir de la zona de confort.
Son algunos de los temas que nos deberían desvelar a la hora de pensar la educación en Argentina y en América Latina.
Fuente imagen: pedablogiaxxi.bligoo.cl