Tuve la oportunidad de estudiar en detalle el libro de Editorial Patris ¿Qué autoridad queremos? ¿Qué autoridad necesitamos? Fue muy gratificante de leer, ya que, las ponencias del Cardenal Francisco Javier Errázuriz, de los padres Hernán Alessandri y Ángel Strada, y de los intelectuales Pedro Morandé, Patricio Chaparro y Sergio Molina, abordan un tema muy actual. Me parece oportuna y valiosa la publicación de esta recopilación de textos de tanta profundidad, con enfoques diferentes pero absolutamente complementarios. Los diversos escritos comparten la virtud de ser aplicables a la vida diaria. Su relevancia es obvia cuando se trata de conceptos sobre los que se construye o, bien, se destruye la familia, los organismos, las empresas, las instituciones, los gobiernos, la sociedad y el mundo. En Chile, nos aprontamos a definir a las personas que en el poder ejecutivo y legislativo ejercerán el poder y la autoridad. Deberíamos razonar en relación a los criterios útiles para elegir libremente a quiénes les entregaremos tales responsabilidades. De allí que sintetizaré conceptos tratados en este libro que, desde ya, recomiendo como lectura importante. La mayoría de los autores enfatizan que para el Padre Kentenich, el tema de la autoridad se encuentra en el centro de la pedagogía y del aporte que hace Schoenstatt en su llamado a forjar un mundo nuevo, una sociedad nueva, una Iglesia renovada y un nuevo tipo de familia. En esa dimensión plantean que resulta imposible aspirar a dichos propósitos sin que, previamente, sea resuelto el problema de la autoridad en su verdadero alcance y sentido. Aquí surge una idea central que consideran todos los autores, y se vincula con el origen etimológico de autoridad. Me refiero a la función paternal que encierra el concepto. Debemos recordar que la palabra autoridad proviene de la palabra latina Auctor, y ésta, a su vez, procede del verbo Augere, cuyo significado es aumentar, hacer crecer. Es decir, el concepto lleva implícito la idea de dar vida y crear condiciones, al igual que un padre, para que la sociedad crezca, encuentre caminos para su desarrollo y potencie sus capacidades, ampliando los espacios de participación. Jamás una buena autoridad conducirá a la dominación del hombre, al absolutismo, a la sanción, al control despótico o a la anulación de la voluntad y menos; a la opresión ya se trate del gobierno, de los padres, o de los administradores de una empresa. Tampoco impondrá normas a la dignidad de la persona, ni buscará su propio beneficio o el de un determinado sector, olvidando que el poder se entrega a la autoridad en beneficio de todos. Me parece que algunas veces se confunde el concepto de autoridad oponiéndolo a libertad, y asimilándolo a autoridad y a obediencia. Hemos deformado esta noción haciéndola aparecer como anticuada y opuesta a la libertad. Muchos la hacen sinónimo de ejercicio del mando y, en particular, del autoritario. Así, vinculada a la trilogía autoridad-mando-obediencia y a una arbitraria e impuesta pérdida de libertad personal, se entiende el aparente rechazo de la juventud, así como la desconfianza general que parece provocar la autoridad. A mi juicio, es un imperativo moral que generemos una verdadera sociedad justa donde a todos les entreguemos la libertad y la capacidad para construir una vida verdadera que realice a cada cual. Sólo así, derrotaremos flagelos como la pobreza o la inequidad, y sobre todo alcanzaremos la cohesión, la paz y la felicidad a que todo hombre y mujer aspira. La definición de la autoridad que queremos y la autoridad que necesitamos será clave en el logro de ese objetivo.
Evangelio Jueves 21 de noviembre de 2024
La presentación de la Santísima Virgen María Evangelio según Lucas 19, 41-44 Trigesimotercer jueves del Tiempo Ordinario Al acercarse