3. b. La pedagogía de vinculaciones

P. Rafael Fernández

La «pedagogía de vinculaciones»

La «pedagogía de vinculaciones» o «pedagogía del amor» corresponde a la aplicación concreta de la ley universal del amor en la pedagogía. Esta pedagogía responde al imperativo de formar una persona según la imagen de Dios (“Dios es amor”), y con ello, además, a superar particularmente el hombre atomizado o desarraigado de nuestro tiempo.

La pedagogía de las vinculaciones se basa en el hecho que el amor posee una fuerza unitiva, asemejadora y creadora. Opera según la ley «por la vinculación a la actitud», xxx es decir, el educador cultivando un vínculo profundamente afectivo y estable, obtiene como fruto en el educando una actitud y un estilo de trabajo conforme al de la persona a la cual éste se ha vinculado (es decir, a Cristo, a María, al padre fundador, a la misma persona del educador). Si el educando logra establecer una red de vínculos sanos y estables con Dios, con las personas, podrá crecer y desarrollarse sanamente.

Esta pedagogía que propicia las relaciones de los alumnos entre sí, con sus educadores, con su entorno y con el Dios de la vida, estableciendo vínculos sanos y profundos que serán la base para un desarrollo armónico de la persona.

Las actitudes que brotan de estos vínculos despertarán en el alumno el anhelo por la conquista de los más altos valores, y marcarán la visión que tenga de la sociedad y del mundo.

También podría llamarse «pedagogía del amor». Es la aplicación concreta de la ley del amor en la pedagogía. Formar personas según la imagen de Dios (“Dios es Amor” xxx) y con ello superar al hombre atomizado o desarraigado de hoy. Se basa en que el amor tiene una fuerza unitiva, asemejadora y creadora. Actúa por la «vinculación a la actitud»: el educador cultivando un vínculo profundamente afectivo y estable, obtiene como fruto en el educando una actitud y estilo conforme al que se pretendió vincularlo (Cristo, María, P. Kentenich).

En su análisis del tiempo, el P. Kentenich señala que el gran mal de fondo de nuestra cultura es la destrucción del organismo natural y sobrenatural de vinculaciones. Afirma que el hombre actual cuenta con una pobre vivencia del amor tanto en el plano humano como en el sobrenatural. Es un “faquir” en el mundo del amor, dice el P. Kentenich. Ve en este “signo del tiempo” un claro llamado de Dios a jugarnos por la instauración y el cultivo del organismo de vínculos naturales y sobrenaturales, tanto en sí mismos como en su mutua relación.

Cuando el fundador de Schoenstatt usa el término “vínculos” entiende por ello el lazo estable de un amor profundamente afectivo y lúcido, que abarca toda la potencialidad del amor humano y del amor divino. El vínculo no es una simple emoción o pasión, puede tener su inicio en un encuentro pasajero, pero va mucho más allá. Es lo que da estabilidad emocional y espiritual a la totalidad del ser humano.

A un tipo de hombre desarraigado, Schoenstatt quiere responder con un tipo de hombre que viva la plenitud de los vínculos. La espiritualidad y la pedagogía de Schoenstatt se centran en el cultivo de los vínculos ideales, personales y locales. En esto constatamos una gran concordancia con el llamado actual del magisterio y especialmente de Juan Pablo II, a cultivar una “espiritualidad de la comunión” y a construir una “civilización del amor”. Paulo VI

El carácter marcadamente familiar de la obra de Schoenstatt da testimonio de ello:

Schoenstatt se define como Familia, atada por los lazos de la unión fraterna y el vínculo filial al fundador; una Familia arraigada a un terruño, el santuario, y en un mundo de ideales; una familia que quiere ser corazón de una Iglesia-Familia, germen de una cultura donde reine la ley del amor y de la comunión en Cristo Jesús.

Los vínculos de amor en el orden humano están llamados a ser expresión, camino y protección de los vínculos en el orden sobrenatural. La vivencia de los vínculos en el orden humano nos prepara y enseña cómo hacer vida los vínculos en el orden sobrenatural. Amamos a Dios a través de las criaturas y, al mismo tiempo, el amor a Dios nos lleva a amar las criaturas. Los vínculos humanos se proyectan y a la vez reciben su plenitud en el anclaje de la persona y de la comunidad en el amor a Dios Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, a María y a los santos.

Con esta dimensión de su carisma, el P. Kentenich toca la esencia más honda del cristianismo en medio de un mundo donde el amor se ha enfriado y requiere urgentemente ser reencendido. La gran tarea evangelizadora consiste en enseñar a amar y encaminar hacia una vivencia del Dios que es Vida y Amor, que es “Comunidad-de-Amor”.