1.La tarea de autoformarse

P. Rafael Fernández

1. La tarea de autoformarse

Dios no nos creó ya “hechos”, “listos”. Como afirma Ortega y Gasset “Somos historia por hacer”.

Aunque la vida –según el mismo autor- “se nos dispara a quemarropa”.

Cada uno de nosotros cuenta con fuerzas capaces de moldear nuestro yo y darle un rostro definido. Nada puede dispensarnos de la tarea de autorealizarnos. Somos un proyecto que llevamos a cabo con los “materiales” que poseemos. No nos hacemos de la nada: nos desarrollamos a partir de nuestras condiciones físicas, de la estructura psicológica original heredada y adquirida, de la realidad social, cultural y económica: en una palabra, de la realidad histórica que nos toca vivir. En este marco concreto se desarrolla la creatividad de nuestra libertad y la realización del plan que Dios tuvo al llamarnos a la existencia. El libro del Génesis nos dice que fuimos creados del “polvo del suelo” (Gen. 2, 7). En esa arcilla moldeable debe quedar impresa la fuerza plasmadora de nuestra libertad y del Espíritu de Dios en nosotros.

“En los designios de Dios –dice la encíclica Populorum Progressio– cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre (y mujer) es una vocación dada por Dios para una misión concreta” (PP 75). A partir del conocimiento de nosotros mismos y del conocimiento de la realidad que nos rodea, tenemos que asumir la tarea más importante: dar un sentido a nuestra existencia, conquistar la riqueza y originalidad de nuestra personalidad.

Por la libertad estamos dotados de la capacidad de autodecidirnos y de realizar lo que hemos decidido. Precisamente en esto nos diferenciamos en forma radical de los seres irracionales. “Mientras el tigre –afirma Ortega y Gasset– no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. No sólo es problemático y contingente que le pase esto o lo otro, como a los demás animales, sino que al hombre le pasa a veces nada menos que no ser hombre. Y esto es verdad, no sólo en abstracto y en género, sino que vale referido a nuestra individualidad. Cada uno de nosotros está siempre en peligro de no ser ese sí mismo, único e intransferible que es. La mayor parte de los hombres traiciona de continuo ese sí mismo que está esperando ser” (El hombre y la gente, p. 45).

Es preciso, por lo tanto, ante la amenaza de la masificación y deshumanización reinantes, enfrentar el desafío de autorealizarse. Quien no despierta y toma las riendas de sí mismo en sus manos, pronto tendrá que lamentar y confesar: “Aquel que soy saluda tristemente al que debiera ser”.

La encíclica Populorum Progressio continúa en el párrafo recién citado: “Desde nuestro nacimiento, nos ha sido dado a todos, como en germen, un conjunto de actitudes y de cualidades para hacerlas fructificar; su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino que le ha sido propuesto por el Creador. Dotados de inteligencia y de voluntad, somos responsables de lo que hacemos de nuestra vida ante nosotros mismos, ante Dios y ante nuestros semejantes; somos el principal artífice de nuestros éxitos o de nuestros fracasos; no podemos abdicar de la tarea de crecer en humanidad, de valer más y ser más”. (PP 75).

¿Quiénes somos? ¿Cómo podemos definirnos a nosotros mismos? Somos un proyecto por realizar: seres germinales, polivalentes y amenazados.

Seres germinales: en primer lugar, porque nacemos como una posibilidad. El adulto no es un niño amplificado por un lente de aumento: la persona desarrolla sus cualidades a partir de un núcleo vital, desde su interior, y en confrontación con su ambiente. En ese germen vital se encuentran los talentos o potencialidades que deben fructificar; la semilla que no se cultiva, permanece infecunda y se atrofia. También nosotros – seres germinales- somos una posibilidad: depende de nuestra responsabilidad y de nuestro espíritu de superación que esa posibilidad germinal llegue a ser una realidad plena, que crezca y se desarrolle.

Somos seres polivalentes, es decir, nuestro futuro no está determinado como el de las plantas o de los otros animales. Ante cada uno de nosotros se abre un abanico de posibilidades. Las plantas y los animales están prefijados por sus instintos. En cambio, nosotros estamos enfrentados ante diversas opciones y tenemos que optar. «Dondequiera que el hombre pone su pie, pisa cien senderos», reza un proverbio hindú. Cada uno de nosotros puede llegar a ser un criminal o un santo; puede convertirse en un héroe o en un rufián. El hombre posee diversas posibilidades de realización, incluso contando con circunstancias limitadas; y aunque sólo poseyera una, dentro de ese marco podría dar un mínimo hasta un máximo de sí mismo.

Somos, además, seres amenazados, expuestos a múltiples riesgos, rodeados por fuerzas que tienden a obstaculizar nuestra propia realización. Pero también amenazados desde nuestro propio interior. Estructuralmente somos seres complejos, ya que reunimos en nuestra persona todas las esferas de la realidad: la material, la espiritual y la sobrenatural. Esto nos plantea el desafío de superar las tensiones a las que por ello estamos sometidos, y a crear nuestra propia síntesis. Esto se agudiza aún más si pensamos en que el pecado original ha dejado profundamente herida – aunque no corrompida – nuestra naturaleza, introduciendo en ella un desequilibrio que constantemente entorpece nuestro desarrollo.

Somos una obra incompleta, «historia por hacer», un proyecto que debe ir construyéndose. Ésta es la realidad que clama desde nuestro interior y que nos urge a auto educarnos. Tenemos que llegar a ser lo que somos, pero aún sólo como una esperanza, como un llamado. Nunca podremos decir: ya terminé, ya soy lo que tengo que ser. Aunque estemos al borde del término de nuestra vida, aún iremos de camino. La carrera sólo concluye cuando morimos y ya no hay más camino por recorrer.

Son muchos los factores que influyen en nuestra educación: nuestros padres, nuestros profesores y maestros; las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales; el ambiente en el que crecemos física y espiritualmente. Todo esto no impide que la responsabilidad básica de lo que lleguemos a ser recaiga sobre nuestro yo libre. Éste debe ser el agente principal de nuestra autoeducación. Por más positivos que sean los factores externos de la educación, nunca podrán lograr, por sí mismos, un resultado satisfactorio. Es preciso asumir la tarea de construirnos como personalidades libres, integradas y armónicas. Y si las circunstancias que nos rodean son negativas, la fuerza de nuestra libertad está llamada a influir en ellas. Es necesario, entonces, desarrollar aún con mayor ahínco una personalidad capaz de responder y superar el ambiente.

Schoenstatt se siente llamado a promover, por todos los medios a su alcance la autoformación. Dios requiere de nosotros nuestro compromiso: “sean perfectos como el Padre de los Cielos es perfecto” (Mt 5, 48). Los dones naturales y sobrenaturales que él nos regala, requieren de nuestro esfuerzo para desplegar toda la virtualidad que contienen.