Cada cierto tiempo y lamentablemente, nos sorprenden e indignan las noticias sobre violencia intrafamiliar. Hace unas semanas saltó a la prensa la noticia sobre un conocido modelo y concejal que habría golpeado a su pareja. Ello me da pie para recordar algo tan antiguo como el hilo negro: conversando es como se entiende la gente. Según encuestas de la semana pasada, habrían aumentado un 18% las denuncias por violencia intrafamiliar en lo que va del año. Leído como es, entristece y preocupa que ésta aumente, a pesar de las campañas para mejorar la convivencia familiar. Pero también podemos hacer una lectura positiva de ello: la gente, sobre todo las mujeres – las principales víctimas – se están atreviendo a denunciar la cobardía con que son tratadas al momento de discutir.

Detrás de cada denuncia efectiva hay decenas que no se hacen, mujeres que sufren en silencio el abuso de sus parejas o maridos; niños que son testigos o también víctimas de atropellos a su dignidad, de sus hermanos o madres. Los casos más atroces saltan a la prensa. Nos sirve de escarmiento a todos. Pero muchos se ocultan en los pliegues de una complicidad cobarde y silenciosa; indiferencia fría y cruel.

Se puede hacer mucho más contra este flagelo. Las autoridades han prestado especial atención a esta lacra cobarde. Pero no es suficiente. Todos somos responsables de que se respeten los derechos de las personas. Si usted sabe de maltrato en su vecindario, cuadra o barrio, puede hacer mucho. No sea un cómplice más. Por de pronto, conversar con los implicados. Una buena pregunta a tiempo, puede salvar una vida. Si no hay cambios, converse con sus otros vecinos. Interesarse por el otro es una medida de caridad elemental. Y luego, si no es suficiente, haga la denuncia donde corresponda.

Tras todo acto de violencia intrafamiliar, hay pasos previos que no se dieron. No es necesario llegar a ese extremo para recién poner señales de alerta. Nos cuesta el diálogo y la solución de conflictos. Por ello, si no se es capaz de abordar bien un problema, es mejor recurrir a manos expertas. Se ha implementado un buen sistema de orientación familiar. Y si no, puede ser el orientador del colegio, un psicólogo o sacerdote del barrio, un amigo o familiar con experiencia. Una conversación de «a tres» lima asperezas y pone paños fríos a una situación compleja que, de no mediar alguien, puede gatillar torpe y fatalmente una situación de violencia o, al menos, dar paso a heridas de difícil curación.

Que los casos de violencia que saltan a la prensa no sean solo para el comadreo o tertulia durante el café. Que sean un aliento para volverse con mayor severidad contra estos abusos y, de paso, erradicar definitivamente el maltrato de nuestros hogares.