Dos acontecimientos han marcado este fin de año en el mundo: la muerte de Nelson Mandela y el anuncio de la revista Time, en el cual otorga el personaje del año 2013 al Papa Francisco. Se trata de dos personas con características similares. Mandela con su propia vida ha vuelto a dignificar la política como una vocación y misión de luchar por el bien común. El padre Kentenich en noviembre de 1963 reflexiona sobre el asesinato de Kennedy y afirma que la política posee un gran peligro: perder la honestidad y la honradez. Quizá éste es actualmente el mayor desengaño de la gente frente a los políticos, nadie les cree. Ellos se han convertido en expertos del engaño, en buscar mil caminos para no decir la verdad. Ante esta desilusión real y universal mucha gente ni siquiera desea votar. Entonces aparece la famosa frase común: «todos los políticos mienten». Pero de pronto surgen en el horizonte figuras proféticas que vuelven a dignificar esta noble profesión, porque con su vida nos demuestran que también se puede ser un auténtico político, que lucha por el bien de su pueblo. Nelson Mandela fue uno de estos profetas que nos hacen volver a soñar con un mundo mejor. Su vida fue una aventura, aprendió las lecciones más importantes de la política en largos y duros años de cárcel y, sobre todo, maduró en el dolor. No olvidó jamás las enseñanzas que le dejó el ser un prisionero injustamente encarcelado. Allí supo que lo más grande que posee el hombre es su libertad y que el acto de mayor libertad consiste en perdonar. De esta manera cuando le tocó gobernar su país perdonó sin odio e incondicionalmente. Cuando un político vive lo que dice es una verdadera bendición para su país.
Algo parecido está pasando con el Papa Francisco. Cuando los escándalos en la Iglesia arreciaban por todos lados como una tormenta sin fin, aparece un Papa que vive lo que predica, que nos recuerda la sencillez y grandeza de Jesús. Sus mensajes claros, limpios, profundos y breves coinciden con sus gestos, su vestidura, su casa y su sonrisa. De pronto la esperada reforma de la Iglesia comienza por lo más importante, por la propia vida del Papa que nos invita a cambiar nuestra propia vida. Una reforma no es en primer lugar un decreto o un estudio inteligente de una nueva forma de organizar el Vaticano, una auténtica reforma va unida a la reforma de los corazones de todos los cristianos, es un arduo camino que nos lleva nuevamente al corazón de Cristo. Un Papa que vive lo que dice es una gran bendición para toda la Iglesia, algo tan sencillo y difícil como esto es lo que permite que cada uno se cuestione en su propia vida personal y comprenda que «yo» también soy la Iglesia necesitada de reforma permanente.
Mandela y el Papa Francisco son un nuevo amanecer, una nueva luz, un nuevo aroma y nuevo viento que traen esperanza y vida al mundo entero.