La buena noticia de la semana fue una encuesta publicada en un diario local que señala que, a pesar de todo, crecemos en igualdad. Al menos en la relación entre los sexos. En palabras simples, significa que somos un poco menos machistas que hasta hace un año. Esto, que parecería alentador, no lo es tanto: no nos engañemos, aún estamos lejos de cantar victoria. De 130 países que componen el estudio, Chile se ubica en el puesto 64, muy por debajo de Argentina (24) o Costa Rica (34). Esto se traduce en que, ante la pregunta de si aún las mujeres son postergadas por su sexo, la respuesta es contundentemente «sí». A pesar de los avances, las mujeres sufren discriminaciones primitivas en lugares de trabajo, estudio y, sobre todo, en el propio hogar. Es aquí donde, a mi juicio, se dan las mayores barbaridades. En efecto, en el ámbito doméstico las mujeres siguen cargando sobre sí buena parte de las responsabilidades hogareñas. Para muchas mujeres, el hogar es un trabajo más. Y para peor, de los ingratos. Si no se cambian malas costumbres enquistadas al interior de la familia, difícilmente tendremos un país donde los hombres consideren a las mujeres sus iguales. Los niños varones son mal acostumbrados a una vida casi de ensueño donde asumen pocas o ninguna tarea y, de tenerlas, son menores y casi para dar la apariencia de «igualdad». No se los invita a ser participantes más activos en todo lo que supone el cuidado y mantención de una casa, se les exige menos, se prescinde de ellos ya que, como me decía una mamá, «las niñitas dan más confianza». Lo triste es que, cuando los hombres crecen, siguen pensando que tienen a la mamá o a la hermana chica al lado para que le solucione sus problemas. Hay un mal entendido proteccionismo ante al varón, que yo se lo endoso en buena parte a las madres. Muchas mamás piensan que «haciéndole la vida más fácil» a los hombres, los tendrán más con ellas. Pero se equivocan. El hombre, como todos, funcionamos con estímulos pero también con exigencias. No nos extrañemos luego, que los hombres sientan que «hay tareas de mujeres» y otras de hombres y que terminen tratando a sus señoras como trataron a sus hermanas o madres.Pero esto está cambiando. En los matrimonios jóvenes las tareas son más compartidas. He visto a papás cambiando pañales, haciendo mamaderas o las compras del supermercado. Los colegios exigen una participación por igual de padres y madres. Se acabó el modelo de las «reuniones de padres» llenas de mamás. Y los resultados están a la vista. Entre más complementarios nos sabemos, tanto más felices somos.