Hace 800 años San Francisco de Asís, acompañado de un pequeño grupo de frailes llenos de espíritu y entusiasmo, visitan en el Vaticano al Papa Inocencio III con la petición de aprobar la Regla Franciscana. Éste Papa percibió la presencia del Espíritu Santo en esta nueva iniciativa de Dios y la aprobó sin problemas, a pesar de la oposición manifiesta de algunos cardenales de la época. 800 años después, hace pocos días atrás, los superiores de la Familia Franciscana visitaron al Papa Benedicto XVI para conmemorar este gran aniversario. En este encuentro el actual Papa exhorta a los franciscanos a seguir las huellas de su Fundador: «id y seguid reparando la casa del Señor Jesucristo, su Iglesia». Estas bellas y profundas palabras invitan a volver al origen del carisma, ya que allí se encuentran la gracia, la fuerza y su aporte verdadero a la Iglesia. Esa íntima visión de Francisco en donde siente a Cristo diciendo que debe renovar la iglesia, hoy resuena actual y joven. Ahora bien, esa reconstrucción de la Iglesia comienza con nuestra propia vida, así les vuelve a recordar Benedicto XVI: «Como Francisco, empezad por vosotros mismos. Seamos nosotros en primer lugar la casa que Dios quiere restaurar». Este gran jubileo – las realmente buenas noticias no aparecen en los medios de comunicación – me motiva a agregar dos comentarios. Una Comunidad que celebra 800 años merece el máximo respeto y admiración. Una institución humana que se mantenga 8 siglos, posee algo extraordinario que nos motiva a aprender de ella. Un carisma que supera y sobrevive todas las crisis internas y externas del tiempo, es el mejor argumento para afirmar que éste ha tocado la esencia del hombre y que da respuestas verdaderas. Lo que resiste los siglos y todas las modas posibles tiene que ser auténtico. El segundo comentario se refiere a las críticas que se hacen desde la prensa a la Iglesia. Aquí el Papa responde en forma magistral a todas ellas, él dice dos cosas: todos estamos llamados a seguir «reparando la casa del Señor», pero, y aquí está lo segundo, comenzando por uno mismo. La Iglesia son personas y si esas personas son mejores la Iglesia será mejor. También el padre Kentenich criticó duramente la Iglesia, pero, sobre todo, la amó y por ello su crítica era en el fondo autocritica: sin el «hombre nuevo en la nueva comunidad» no hay «Iglesia de las nuevas playas». Ochocientos años después todos estamos llamados a la gran tarea de seguir «reparando la casa del Señor», para que la Iglesia sea Madre y Maestra de una nueva humanidad. Se dice que los santos son «las vidrieras por las que pasa la luz del sol a esta casa oscura de los hombres. También la Iglesia sería un templo a oscuras si en ella no alumbraran el Santo y los santos». 800 años después, la luz de San Francisco de Asís brilla diáfana iluminando nuestro caminar.