Se tramita en estos días una ley tendiente a transparentar las actividades públicas. El objetivo de la ley es doble: por una parte que la ciudadanía se informe mejor sobre el quehacer público y el uso de los recursos que pertenecen a todos y, por otra parte, asegurar una mayor igualdad a cargos, compromisos económicos, compras estatales y semejantes. Esta iniciativa está inserta en una «dinámica» social que debemos aplaudir y estimular: la búsqueda de relaciones humanas más sinceras y transparentes. Poco a poco nos vamos acostumbrando a que los actos de cada cual no son «privados» sino que adquieren siempre una relevancia pública. No vale ya la manida respuesta de «es asunto personal» ante cada acto privado, salvo que sea en la más absoluta intimidad familiar. Y, así y todo, eso mismo con limitaciones. La verdad, la mayoría de nuestros actos tienen siempre repercusión pública aunque en apariencia no sea así. Desde algo tan simple como la manipulación de basura, el uso de electricidad o el trato a los hijos. No da lo mismo como me relacione con estas tres diversas realidades: si soy descuidado con mi basura, contribuiré tristemente a una mayor polución ambiental. Si gasto demasiada electricidad, aunque la pague, contribuyo al calentamiento global. Y si maltrato a mis hijos, soy potencial creador de futuros malos padres u hogares fracasados. En efecto, la interdependencia social es cada vez mayor. El mundo se hace cada vez más pequeño, por lo que mi acto repercutirá tarde o temprano en el conjunto social. De ahí que nos debemos alegrar ante la exigencia de mayor transparencia social. Es un seguro de justo comportamiento, equidad en el uso de las cosas comunes y evita malas prácticas o hábitos que terminarán perjudicándonos a todos. «El que nada hace, nada teme» dice un viejo adagio. La buena conciencia es la mejor almohada para dormir. Quien actúa con la conciencia tranquila, puede ser fiscalizado y no tendrá nada que temer. La verdadera alegría nace de la buena conciencia, la que contribuye a la paz y armonía interior. «La verdad nos hará libres», dice San Pablo. Las verdades a medias, la falta de transparencia, el doble discurso, el juego de intrigas y sospechas finalmente se vuelve contra el mismo grupo humano que cultiva estas malas costumbres; lo corrompe por dentro, tensiona sus relaciones y destruye su confianza. Comencemos por casa. Atrévase a reconocer algún error que ha «ocultado» en las últimas semanas. Cultivar la sinceridad y mostrarse en sus errores nos hace mejores personas. Sentirá un gran alivio. De esos que solo la verdad nos provocan.