¿Qué tiene que ver Pentecostés con una de las mejores piezas musicales del gran Gustav Mahler? Esta semana el padre Enrique José Grez nos invita a emocionarnos con una apasionante obra de arte.
La semana pasada me gané un Sahne-Nuss. Y la verdad es que fue mañosamente. Le aposté al P. Pancho que existía la Octava de Pentecostés, una semana de fiesta en torno a la fiesta del Espíritu Santo. Él me dijo que las octavas estaban suprimidas por las reformas del último concilio… la verdad sea dicha, ni él ni yo teníamos razón. Quedaron vigentes las Octavas de Pascua y Navidad, y la de Pentecostés fue suprimida para realzar los 50 días de la Pascua, pero sin embargo su riqueza fue distribuida en los días que median entre Ascensión y la fiesta del Espíritu Santo.
¿A qué vienen estas precisiones litúrgicas y el chocolate apostado y mal habido? Precisamente ayer celebramos Pentecostés y quisiera hacer una contribución destacando su importancia y valor desde el punto de vista musical. Hay un tesoro que quiero compartirles… aquí les va.
Había una vez un compositor que había alcanzado cierta fama y que ya se desempeñaba como director de la Ópera de Vienna. Su nombre es Gustav Mahler. En el competitivo circuito de la música culta europea del siglo XIX no pocos envidiaban a este expresivo artista, que con el tiempo fue regalando a su público una bella y original sucesión de composiciones sinfónicas. Se hizo correr el chisme de que había conseguido el puesto de director debido a una falsa conversión al catolicismo, la religión de la corte austríaca. Por años el músico lo negó pero llegado un momento quiso dejar un registro de la profundidad de su adhesión a la fe cristiana.
La prueba definitiva fue su Octava Sinfonía en Mi bemol Mayor, la Sinfonía de los Mil… la que quisiera llamar en estas fechas la Octava de Pentecostés. Para muchos es simplemente «la Octava».
La obra es larga y compleja, no se entrega al oído de quien no esté en algo familiarizado con la música clásica, pero déjenme decirles que no se la pueden perder. Si como yo, que no soy ningún experto, se regalan el tiempo de oírla un par de veces, se volverán fanáticos y no sólo se les abrirán las puertas de un compositor sugerente, verán abrirse ante ustedes las mismísimas puertas del cielo.
La Octava Sinfonía de Mahler fue escrita para una orquesta numerosa, ocho solistas y un conjunto de coro de adultos y niños que en conjunto implica la actividad de alrededor de mil personas, nada más y nada menos. La primera parte consiste en una orquestación triunfal de la oración tradicional que la Iglesia ha ofrecido al Espíritu Santo: Veni Creator. Las voces y los instrumentos se intersectan en una infinidad de acordes que elevan el alma y que terminan en un tronar de los bronces que hacen resplandecer la gloria de Dios en una vibración portentosa. La segunda parte está construida sobre el final del Fausto de Goethe, y narra el camino de encuentro del protagonista con la Santísima Virgen. Sorprende cómo quedan grabados en la memoria dos episodios cortísimos que son una ventana a la sublime altura celeste: el grito de los niños-ángeles: «Jauchzet auf!» Alegraos, y la delicada aparición de la Mater que regala unos breves versos del más generoso consuelo.
En Youtube pueden encontrar múltiples versiones de la obra, adelante… juzguen por ustedes mismos. No recomiendo acercarse a la obra sin antes haber leído sobre ella, aunque sea el artículo de Wikipedia, pero menos aun recomiendo perderse esta experiencia de la vida divina en el alma de un músico que demostró con pasión su fe. No por nada le dijo a uno de sus amigos que esta era su misa, su testimonio, nosotros diríamos su Octava de Pentecostés.