12. La gracia de la fecundidad apostólica

P. Rafael Fernández

La gracia de la fecundidad apostólica

Tráiganme con frecuencia contribuciones al Capital de gracias. Adquieran por medio del fiel y fidelísimo cumplimiento del deber, y por una intensa vida de oración, muchos méritos y pónganlos a mi disposición. Entonces con gusto me estableceré en medio de ustedes y distribuiré abundantes dones y gracias. Entonces atraeré aquí los corazones jóvenes hacia mí, y los educaré como instrumentos aptos en mi mano. (Primera Acta de Fundación, Doc. de Schoenstatt, n. 11)

Esta tercera gracia que María nos da en el santuario en virtud de la alianza, viene a completar el sentido de las dos anteriores.

En efecto, la gracia del cobijamiento o arraigo en Dios y la gracia de la transformación interior no son únicamente un don que Dios nos hace personalmente, sino que representan, en primer lugar, un regalo para el mundo y la Iglesia. Porque esas gracias se nos dan para transmitirlas a los demás. A María le importa cooperar con la redención de Cristo, quiere co-redimir y para ello nos llama y elige en la alianza.

Así como ella imploró en el Cenáculo el Espíritu Santo para la Iglesia naciente y los primeros apóstoles, así ahora también implora en su santuario esa gracia del Espíritu que nos transforma en apóstoles y nos saca de la mediocridad. Ella nos acompaña, nos apoya, de modo que nuestra acción, transformada por la gracia, sea fecunda apostólicamente. María nos dice que cada uno de nosotros tiene una misión y que ella implora constantemente para nosotros la luz y la fuerza para que cumplamos esa misión.

El Movimiento de Schoenstatt que nació del santuario, desde el inicio se comprendió como un movimiento apostólico. Quien peregrina al santuario va a implorar a María la gracia del envío, o de la conciencia de misión evangelizadora, es decir, la gracia de saberse un instrumento del Señor para instaurar su Reino aquí en la tierra y llevar la Buena Nueva a todos los rincones. Al santuario de Schoenstatt no vamos a refugiarnos, en el sentido de eludir nuestras responsabilidades apostólicas concretas. No acudimos a “encerrarnos” en el Santuario, sino vamos “a tomar bencina”, a encendernos en el fuego del Espíritu Santo, que nos hace ser sal de la tierra, luz y levadura en medio del mundo. Un hijo de María, arraigado profundamente en el Santuario, es siempre un discípulo misionero y apóstol.

“Ella es la gran misionera, ella realizará milagros”. “Se trata de tu causa, muestra tu poder”, son

lemas que nos legó, en este sentido, el fundador.

La última estrofa del «Cántico al Terruño», escrito por el P. Kentenich en el campo de concentración de Dachau, expresa esta realidad:

¿Conoces aquella tierra preparada para el combate,

acostumbrada a vencer en todas las batallas:

donde Dios se desposa con los débiles

y los escoge por instrumentos;

donde, no fiándose

de las propias fuerzas,

todos confían heroicamente en Él

y están dispuestos a entregar por amor,

con júbilo la sangre y la vida?

Yo conozco esa maravillosa tierra:

es la pradera asoleada

con los resplandores del Tabor,

donde reina nuestra Señora Tres Veces Admirable

en la porción de sus hijos escogidos,

donde retribuye fielmente los dones de amor

manifestando su gloria

y regalando una fecundidad ilimitada.

¡Es mi terruño, es mi tierra de Schoenstatt! (HP, 606)