08. Un carisma marcadamente pedagógico
P. Rafael Fernández
Un carisma marcadamente pedagógico
El P. Kentenich estaba profundamente convencido de que la Virgen María se quería manifestar desde su santuario de Schoenstatt como la gran Educadora del Pueblo de Dios.
Desde muy temprano, ya en 1912, cuando fue nombrado profesor de latín y alemán y, posteriormente, director espiritual en el seminario menor de los padres palotinos, el P. Kentenich mostró un notable talento pedagógico. La larga historia de Schoenstatt testifica la riqueza de ese carisma recibido por el fundador.
Cuando en 1949 el visitador del obispado de Tréveris (obispo auxiliar Bernhard Stein), enviado para emitir un juicio sobre la Obra de Schoenstatt, no habiendo encontrado nada objetable contra la doctrina o la moral, sin embargo, hizo reparos en el orden pedagógico, el P. Kentenich afirmó que por fin se consideraba a Schoenstatt en lo que éste siempre había querido ser: un “oficial de enlace entre la teoría y la práctica”.
A Schoenstatt le interesa, en primer lugar, no la proclamación de la doctrina católica en sí misma, sino el cómo llevar a la vida las verdades de la fe. Le importa formar «educadores educados», que, como auténticos evangelizadores, despierten y fomenten la vida, no sólo con su palabra sino con su ejemplo y, sobre todo, por la fuerza de su amor. Según el fundador de Schoenstatt, la gran tarea de la Iglesia actual se sitúa justamente en el campo de la pedagogía de la fe, es decir, en el cómo revitalizar interiormente a la Iglesia para que ésta sea alma del mundo y germen de una nueva cultura impregnada por los valores del Evangelio.
El estilo pedagógico-pastoral que aplicó y enseñó el P. Kentenich se basa en dos columnas: la pedagogía de ideales y la pedagogía de vinculaciones.
Según la pedagogía de ideales, se educa en la medida que se movilizan valores, capaces de despertar y hacer florecer en las personas y en la comunidad todas las potencialidades que Dios ha puesto en ellas. Los ideales enaltecen y estimulan a la persona y desatan en ella una dinámica creadora, que impulsa a la superación de sí mismo y a un vigoroso afán de conquista.
Por otra parte, el educador schoenstattiano aplica una pedagogía del amor o de vinculaciones, que busca ser consecuente en el plano pedagógico con la centralidad del amor, ley fundamental del ser y del actuar del cristianismo. Esta pedagogía genera entre el educador de la fe y los suyos un vínculo que posee una poderosa fuerza unitiva, transformadora y creadora. El verdadero educador es alguien “que ama y que nunca deja de amar”.
La pedagogía de ideales y de vinculaciones en el sistema schoenstattiano, se lleva a la práctica, metodológicamente, a través de una marcada pedagogía de movimiento (o pedagogía dinámica), de confianza y de libertad.
Este sistema pedagógico, como todo en Schoenstatt, ostenta un carácter marcadamente mariano. El educador de la fe hace brillar la persona de María en nuestro horizonte como el ideal encarnado del cristiano “humanista”, es decir, del discípulo de Cristo que busca encarnar la armonía entre la naturaleza y la gracia, o en otras palabras, la santidad del día de trabajo. En María se nos hacen cercanas y familiares todas las verdades de la fe.
Por otra parte, la pedagogía de vinculaciones fomenta un amor cálido y lúcido a la persona de la Virgen María, generando en el alma de aquellos que la aman una actitud y un estilo de vida y de trabajo marianos, según el principio conductor formulado por el P. Kentenich “a través de la vinculación mariana hacia una actitud y estilo de vida marianos”. Por el amor a María la persona y la comunidad reciben el impulso que los mueve a despojarse del hombre viejo, para superarse y conformarse interiormente según la imagen de Cristo, tal como se manifiesta en María.