02. Reseña histórica del P. Kentenich
El P. Kentenich nació el 16 de noviembre de 1885 en Gymnich, un pueblo situado en la Renania, cerca de Colonia. Su infancia no fue fácil. Su madre fue Catalina Kentenich y su padre, Peter Josef, aunque no reconoció su paternidad. Vivió su infancia con sus abuelos y su madre. A los nueve años de edad, debido a las adversas circunstancias familiares, ella se vio obligada a entregarlo a un orfanato en Oberhausen. En esa ocasión consagró a su pequeño hijo de nueve años a la Virgen María, confiándoselo a su cuidado. Este hecho fue determinante para toda la vida de José Kentenich. «Lo que soy –dirá después- se lo debo a la Santísima Virgen”.
Sintiendo el llamado al sacerdocio, ingresó al seminario menor de los padres palotinos, comunidad fundada por san Vicente Pallotti. (Los padres palotinos poseían misiones en Camerún, África).
Su camino hacia el sacerdocio no fue fácil. Pasó por profundas crisis a causa de su débil salud corporal, como por conflictos de orden anímico. No faltaron tampoco los problemas con la comunidad, cuyos superiores dudaban aceptarlo al sacerdocio, desconfiando de su capacidad de obediencia, debido a la franqueza que él demostraba y a la defensa que había hecho de su pensamiento. Sin embargo, el superior provincial influyó decisivamente para que fuese aceptado y fue ordenado sacerdote el 8 de julio de 1910.
Debido a una pulmonía, que le dejó secuelas importantes, no pudo ser enviado a las misiones en África. En lugar de ello fue nombrado profesor de latín y alemán en el Seminario Menor que funcionaba cerca de Schoenstatt, en Ehrenbreitstein. Sus clases se distinguieron pronto porque introdujo en ellas un sistema de enseñanza activo, novedoso para aquella época.
En 1911 los cursos superiores del Seminario Menor se trasladaron a Schoenstatt. En 1912 es nombrado allí Director Espiritual de los jóvenes seminaristas. Es en este momento cuando comienza a revelarse con mayor fuerza su personalidad de padre y educador: su extraordinaria capacidad para discernir las voces del tiempo y su notable talento para captar y conducir la vida de aquellos que Dios le había confiado. Se formaron pequeñas comunidades donde los alumnos desarrollaban sus capacidades y, posteriormente, se fundó una Congregación Mariana de la cual surgió Schoenstatt. Así, lentamente, fue tomando forma en su alma la necesidad de forjar un hombre nuevo que diera respuesta a los desafíos de la nueva época que se perfilaba en el panorama mundial.
Pre-acta (¡¡ mencionarla !!)
Guiado por la fe práctica en la Divina Providencia, habiendo estallado la Primera Guerra mundial, el 18 de octubre de 1914 propuso a los miembros de la Congregación Mariana, en una plática que luego fue llamada “Primera Acta de Fundación”, un osado plan: Inducir a la Santísima Virgen, mediante las «contribuciones al Capital de Gracias» a establecerse espiritualmente en la pequeña capilla situada en el valle de Schoenstatt para iniciar desde allí un movimiento de renovación en la Iglesia.
La semilla cayó en tierra buena. A pesar de las extraordinarias dificultades que acarreó la guerra y al reclutamiento de los seminaristas en el ejército, creció y se desarrolló fecundamente. Todo indicaba que la Santísima Virgen estaba detrás de la vida naciente y que había aceptado la petición que le habían hecho el P. Kentenich y los primeros congregantes. En 1919, una vez concluida la guerra, se fundó oficialmente el Movimiento de Schoenstatt como «Federación Apostólica» donde se incorporan también miembros que no eran seminaristas.
Detrás de todo este proceso fundacional estaba la labor educativa, el sacrificio y la oración del P. Kentenich, quien fue liberado de toda otra obligación para que pudiese dedicarse por entero a la construcción de su obra. Con su intenso trabajo educativo, tanto en el plano personal como comunitario, el Movimiento se extendió por toda Alemania. Progresivamente fue fundando diversas ramas, tanto de laicos, hombres y mujeres, como de sacerdotes y mujeres consagradas. En 1926 funda el primero de los institutos seculares, el de las Hermanas de María. Los innumerables retiros que predicaba el P. Kentenich especialmente a sacerdotes y educadores, particularmente en los años de la expansión y dominación nazi, fueron alimento, apoyo y orientación para incontables personas que veían en él un maestro y una voz profética.
Viendo el crecimiento y la vida de la Obra, el P. Kentenich se convenció plenamente de que Schoenstatt significaba una nueva irrupción del Espíritu Santo en la Iglesia de nuestros tiempos. La magnitud de las dificultades, la pequeñez de los instrumentos humanos y la fecundidad que se hiba manifestando testificaban la acción de María y la accion de las gracias que ella regalaba en su santuario.
Como instrumento de María, el P. Kentenich fue forjando el Movimiento, dejándose conducir por la fe práctica en la Divina Providencia, escuchando la voz de Dios en los acontecimientos del tiempo, especialmente en el nacionalsocialismo que cada día se imponía con mayor fuerza en Alemania y en la corriente marxista, que se extendía poderosamente por el mundo. Para él, la voz de Dios clamaba en el proceso cultural que bullía en Europa y exigía una profunda revitalización de la Iglesia que la capacitara para responder creadoramente a los desafíos del tiempo.
A partir de la vida y de la idea motriz del hombre nuevo en la nueva comunidad, fue elaborando un amplio sistema ascético y pedagógico que recogía todo lo valioso de la tradición cristiana y se basaba en el orden de ser querido por Dios. Y, al mismo tiempo, se adaptaba a las nuevas circunstancias por las cuales atravesaba la Iglesia.
Cuando arreciaba la persecución nazi, habiendo sido ya identificado el Movimiento de Schoenstatt y su fundador como peligrosos para el régimen, el P. Kentenich es arrestado y puesto en prisión en setiembre de 1941, en Coblenza, por la temida Gestapo; y luego recluido en el campo de concentración de Dachau, donde permaneció tres años y medio. (1942-1945) Sólo en 1945, al término de la guerra, pudo ser liberado.
En medio del infierno de Dachau continuó desarrollando una intensa actividad apostólica, dando pláticas y retiros y dictando en la clandestinidad una abundante literatura ascética y pedagógica. Durante el período de Dachau, los miembros de la Familia de Schoenstatt fueron tomando cada vez mayor conciencia de lo que significaba para la Obra total la persona del P. Kentenich como instrumento predilecto de Dios y cabeza de la Familia y del indisoluble entrelazamiento de destinos entre él y los suyos. Floreció así lo que se denominó “el Jardín de María”. Esta corriente espiritual condujo a una extraordinaria experiencia de unidad entre el P. Kentenich y su Familia.
Después de su liberación del campo de concentración de Dachau, el P. Kentenich, a partir de 1947, dio inicio a sus viajes al extranjero, convencido de que la Santísima Virgen quería glorificarse en todo el mundo desde su santuario de Schoenstatt. Viajó a África, a Nord y Sudamérica (a Estados Unidos, Uruguay, Brasil, Argentina y Chile), visitando las casas de los padres palotinos y de las Hermanas de María y consolidando los brotes del Movimiento que habían surgido en los diversos países donde había llegado el mensaje de Schoenstatt.
Pero la Providencia reservó para él la suerte que han de tener los fundadores. Él anhelaba que Schoenstatt fuese aprobado oficialmente por Roma. Estaba cierto que lo que Dios había hecho surgir en Schoenstatt por manos de María era un don suyo a la Iglesia que debía enfrentar los serios desafíos de un mundo convulsionado, que se encaminaba hacia una nueva cultura. Sin embargo, en lugar de lo que él había solicitado (una comisión de estudio de parte del obispo de Tréveris, diócesis a la cual pertenece Schoenstatt en Alemania), se llevó a cabo una Visitación Apostólica a su Obra.
Como resultado de ésta, el visitador emitió un informe que, aunque no hace ningún reparo en relación a la doctrina y la moral, sin embargo, hace observaciones a la práctica pedagógica del P. Kentenich. A pesar que preveía el P. Kentenich que una respuesta suya podría traer graves consecuencias para él y su Obra, se decidió a responder con un amplio trabajo donde exponía su pensamiento sobre la situación actual de la Iglesia y los requerimientos de la época, explicando el porqué de la espiritualidad y pedagogía que animaban a la Familia de Schoenstatt.
Su franqueza y claridad no fueron bien comprendidas. Su respuesta llevó a que se hiciera una nueva visitación, esta vez de parte del Santo Oficio. Dentro de las medidas que tomó el nuevo visitador, la más dolorosa e importante fue dictaminar la separación del P. Kentenich de su Obra y el exilio en Milwaukee, USA.
Durante 14 años, el P. Kentenich tuvo que sufrir la separación de los suyos y la cruz de la obediencia. Había luchado por la libertad necesaria dentro de la Iglesia y tuvo el valor de exponer sus ideas, pero se le sometió a prueba. Obedeció fielmente y supo esperar en Milwaukee durante largos años, sabiendo que la misma Madre Iglesia que lo había crucificado, también lo bajaría de la cruz. Y así sucedió. Efectivamente, en octubre de 1965 el Santo Padre Paulo VI lo rehabilitó en forma plena y total y el P. Kentenich pudo regresar a Schoenstatt en la Nochebuena de ese mismo año.
Desde esa fecha trabajó incansablemente, a pesar de su avanzada edad (tenía ochenta años en ese momento), uniendo y vitalizando su Obra por medio de incontables retiros, jornadas y consultas personales y comunitarias. Con extraordinaria vitalidad, consciente de que la santísima Virgen María se había mostrado nuevamente victoriosa en su vida y en su Obra, y que el aporte de Schoenstatt a la Iglesia era cada día más actual, mostró una y otra vez la realidad de la irrupción de Dios en la historia de Schoenstatt. Con claridad profética tomó posición ante las corrientes del tiempo y las interpretó a la luz de la Divina Providencia, mostrando cómo Schoenstatt es una obra preparada y destinada por Dios para servir a la Iglesia en esta etapa posconciliar y para ayudarla a alcanzar las nuevas playas hacia las cuales camina.
Como buen pastor, dando en todo momento la vida por los suyos y amándolos hasta el fin, el 15 de septiembre de 1968, a los pocos minutos de haber terminado de celebrar la eucaristía, cuando ya se encontraba en la sacristía, falleció, regresando así a la Casa del Padre.
De su paternidad nacieron los institutos seculares: Padres de Schoenstatt, Sacerdotes Diocesanos de Schoenstatt, Hermanas de María, Nuestra Señora de Schoenstatt, Hermanos de María y Familias de Schoenstatt; jutambién las Federaciones apostólicas de sacerdotes, de familias y de sacerdotes; las Ligas apostólicas masculinas, femeninas y de familias; y las Juventudes masculina y femenina de Schoenstatt. A esta gran familia schoenstatiana se suman los miles de peregrinos que acuden al santuario de la Madre Tres Veces Admirable en los cinco continentes.
Como profeta del Dios vivo y de María, como incansable buscador de la voluntad de Dios en la creación, en los hombres y en los acontecimientos, como padre y educador, fue un hijo de la Iglesia, que luchó y sufrió por su renovación ofreciéndole su Obra como respuesta anticipada a las iniciativas del Concilio Vaticano II. Él mismo nos dejó la clave para comprender lo más profundo de su vida: pidió que en su lápida mortuoria se escribiesen solamente las palabras «Dilexit Ecclesiam», Amó a la Iglesia, palabras que sintetizan su testimonio de vida.
Ciertamente el P. Kentenich amó y sirvió a la Iglesia con todas sus fuerzas. Amó a la Iglesia porque amó a María, figura y Madre de la Iglesia. Ella fue quien realizó su labor de educadora conformándolo con la imagen de Cristo y haciéndolo un fiel reflejo de Dios Padre. La alianza de amor con ella lo llevó a vivir los misterios gozosos del Señor y también los misterios de la cruz y de la soledad. Ahora, puede gozar junto a María los misterios gloriosos de Cristo Resucitado. Desde el cielo acompaña e intercede por los suyos, quienes se esfuerzan por seguir sus huellas y continuar su obra.
En el Año Santo de 1975 se inició oficialmente su proceso de beatificación en la diócesis de Tréveris, Alemania Occidental.