05. Un nuevo compromiso con María

P. Rafael Fernández

Un nuevo compromiso con María

La alianza de amor con María, tal como la comprende el P. Kentenich, está íntimamente ligada a la “espiritualidad del instrumento” y la “santidad de la vida diaria”. Por eso el marianismo de Schoenstatt, por dinámica propia, cuando es auténtico, tiende a traducirse en cultura. La cultura del tercer milenio tiene que llegar a ser una cultura marcadamente mariana, en la que actúen hombres y mujeres marcados con el sello de María, que vivan un estilo de vida y de trabajo mariano.

La alianza de amor nos invita a asociarnos con María, para que también nosotros, a semejanza suya, nos transformemos en «corredentores» y “mediadores de gracia” al servicio del Señor. Ella, la Compañera y Colaboradora del Señor, quiere proyectar de esta forma su maternidad y colaboración con Cristo Jesús en la construcción del Reino.

Esto nos compromete en un doble sentido:

Primero. La Virgen María quiere valerse de nosotros como sus instrumentos para desplegar la fuerza de su amor y servicio a los hombres, de un amor que dignifica y libera. Su corazón ama con predilección al más desvalido; ese amor quiere gestar en nosotros una sensibilidad para salir al encuentro de los más pobres. No en el sentido que todos estemos llamados a ir a poblaciones marginales, sino en el sentido de que nuestra actividad profesional esté enfocada en la perspectiva del servicio al hombre y en beneficio de los más necesitados. Que donde estemos, como trabajadores, como políticos o ejecutivos, como profesionales o técnicos, ejerzamos una actividad en el mundo del trabajo y en la familia que signifique servicio y dignificación del hombre.

María vence las herejías antropológicas. Lo hace aquí en la tierra; no sola, sino a través nuestro, de acuerdo al lema: «Nada sin ti, nada sin nosotros». Si somos marianos y porque somos marianos, nos importa la situación del hombre, sus condiciones de trabajo; las posibilidades de tener un hogar; su acceso a la educación básica y superior; sus derechos a la salud, a progresar, a participar activamente en los destinos del país. Nos interesa eso y todo lo que lo dignifica o amenaza con menoscabar su condición de persona libre y de hijo de Dios.

En segundo lugar, la alianza de amor con María genera en nosotros un nuevo compromiso en cuanto a la participación en su acción redentora en la cruz. La maternidad de María alcanza su cumbre en la cruz; como socia de Cristo, ella está al pie de la cruz. Desde allí brota la vida que hace surgir la nueva creación. Por eso, si queremos dar a luz una nueva cultura mariana, llena del espíritu de Cristo, esto sólo será posible en la medida en que nuestra piedad mariana integre nuestra cruz a la cruz de Cristo. Éste es el sentido más profundo de las contribuciones al capital de gracias.

La proyección que puede tener Schoenstatt en la vida de la Iglesia está condicionada, en último término, a este compromiso: ayudar a María en su labor de corredentora, de Madre de la Iglesia. En el mundo actual se desarrolla una intensa lucha entre Dios y el demonio, entre el pecado y la gracia. Lucha entre una corriente materialista, relativista, masificada, inmoral, donde reina la mentira, la violencia y la muerte, cuya raíz es la acción del demonio y del pecado y las fuerzas del reino de la santidad, de la paz, del amor, la verdad y la justicia, cuya fuente es Dios. Y el demonio y el pecado son derrotados en la cruz. Por eso, para que desde nuestros santuarios surja una corriente de vivificación de la Iglesia, es preciso que nos hagamos corredentores con María en la cruz de Cristo, tal como lo expresa simbólicamente la Cruz de la Unidad.