02. Una imagen renovada de María

P. Rafael Fernández

Una imagen renovada de María

Schoenstatt es un movimiento marcadamente mariano. Queremos descubrir toda la riqueza de María según el plan de Dios y sacar las consecuencias para nuestra vida, en nuestra espiritualidad y en la pastoral de la Iglesia y evangelización del hombre actual.

El P. Kentenich ofrece a la Iglesia,

primero, una nueva imagen de la Virgen María ;
segundo, una nueva espiritualidad y pedagogía de la fe mariana, y,
tercero, una nueva fuente de gracias mariana: el santuario de Schoenstatt.
Nos preguntamos, en primer lugar, cuál es la imagen original de María que tenía el P. Kentenich.

En general, nuestro pueblo tiene una imagen incompleta e, incluso, una imagen deformada de María. ¿Cómo vemos generalmente a María? La vemos como la Inmaculada y como Madre nuestra.

La vemos como la Madre, Madre del Señor y Madre nuestra. Muchos la llaman con cariño » la mamita Virgen «, tal como hablan del «Tatita Dios». Recurrimos a ella como “la Madre del pan”, que nos auxilia en nuestras necesidades: en nuestros apuros económicos, en nuestras enfermedades, etc. Somos hijos de María y tenemos una tremenda confianza en ella; nos entregamos a ella y a ella confiamos nuestras necesidades. Ella nos ayuda en todas nuestras preocupaciones y problemas. Sabemos que ella nos escucha y que nos responderá pues somos sus hijos. Y está bien, pero en esto falta algo. María es más que la mamá que sale a nuestro encuentro para socorrernos. Ella es ciertamente Madre nuestra; nos conoce y nos ama como nuestra auténtica Madre. Pero María es más que esto.

Ella es la Virgen Inmaculada, la que nunca cometió pecado. Es significativo que para referirnos a María la llamemos simplemente «la Virgen» o » la Virgen María”. Ella es la Inmaculada, la concebida sin mancha de pecado original, el ideal del hombre nuevo, el ideal por el cual nos guiamos; es la nueva criatura, es ejemplo de perfección y de pureza. Esta visión de María por cierto que es verídica, pero es incompleta.

María no es perfecta en sí misma, por sí misma, como una grandeza intachable. Ella es perfecta y pura porque fue predestinada como socia y colaboradora de Cristo, como segunda Eva; es Madre nuestra y Madre de la Iglesia, porque en el plan de Dios su misión era ser la Compañera inseparable del Señor, la medianera de las gracias, nuestra educadora en la fe.

Ambas realidades, ser Inmaculada y ser Madre, si no se ven en el contexto de una imagen integral de María, terminan deformándose. El ser Inmaculada y el ser Madre pueden de hecho llegar a absolutizarse y a aislarse como realidades separadas de su contexto. Por eso el concilio Vaticano II quiso mostrar a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia y Pablo VI abogaba por una imagen trinitaria, cristológica y eclesiológica de María (cf. Marialis Cultus).

No se trata de que la Virgen no sea el ideal perfecto del cristiano como la Inmaculada, sino, en primer lugar, de entender bien que decir Inmaculada no se refiere sólo a que ella no cometió pecado alguno o que es enteramente imagen ideal de la pureza en medio de un mundo hipersexualizado. Ella es Inmaculada, concebida sin pecado, porque fue predestinada como Nueva Eva junto al Nuevo Adán, como Esposa del Verbo encarnado. El misterio de la Inmaculada es que ella es toda de Cristo, que todo en ella está referido a Cristo Jesús.

Por otra parte, María es Madre nuestra. El Señor la proclamó así desde lo alto de la cruz en el Gólgota. Pero su función materna no se refiere en primer lugar a que ella nos ayuda en nuestras necesidades materiales, sino que ella, como madre nuestra, nos educa y nos lleva a Cristo; ella acompaña, con su corazón maternal y su intercesión de gracias, al Pueblo de Dios en su peregrinar hacia la Casa del Padre.

El P. Kentenich define la persona y la misión de la Virgen María diciendo: la Virgen María es la Compañera y Colaboradora permanente del Señor en toda la obra de la redención. Ella es la socia de Cristo; la nueva Eva junto al nuevo Adán. Según el P. Kentenich, es esencial, para comprender el misterio de María, la bi-unidad entre ella y Cristo. No podemos hablar de María sin hablar de Cristo, y no podemos hablar de Cristo sin hablar de María, su Compañera y Colaboradora inseparable y permanente. La redención posee un carácter mariano porque Cristo la involucró en su obra en forma única y universal.

¿Cuál es, entonces, «nuestra» imagen de María? La imagen que nos muestra el P. Kentenich de María se caracteriza por ser una imagen:

Integral: muestra toda la riqueza de su persona
Integrada: está situada en el contexto de las verdades centrales de nuestra fe y de la historia de la redención: es trinitaria, cristológica y eclesiológica
Centrada en el misterio de Cristo, o en la bi-unidad con él
Vista en el contexto de los desafíos de nuestra época.
Esta relación, tal como la pensaba el P. Kentenich, la expresa diáfanamente el Documento de Puebla:

Según el plan de Dios, en María «todo está referido a Cristo y todo depende de Él» (MC 25). Su existencia entera es una plena comunión con su Hijo. Ella dio su sí a ese designio de amor. Libremente lo aceptó en la anunciación y fue fiel a su palabra hasta el martirio del Gólgota. Fue la fiel acompañante del Señor en todos sus caminos. La maternidad divina la llevó a una entrega total. Fue un don generoso, lúcido y permanente. Anudó una historia de amor a Cristo, íntima y santa, única y que culmina en la gloria.

María, llevada a la máxima participación con Cristo, es la colaboradora estrecha en su obra. Ella fue «algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante» (MC 37). No es sólo el fruto admirable de la redención; es también la cooperadora activa. En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva Alianza de Cristo, es junto a Él protagonista de la historia. Por esta comunión y participación, la Virgen Inmaculada vive ahora inmersa en el misterio de la Trinidad, alabando la gloria de Dios e intercediendo por los hombres (Puebla 292-293).

Nuestra imagen de María, profundamente cristica, es trinitaria. La vemos inmersa en el misterio del Dios Uno y Trino.

María es la hija predilecta del Padre y el instrumento escogido del Espíritu Santo, la esposa del Verbo de Dios. Ella tiene una relación única con la Santísima Trinidad por haber sido predestinada en un mismo decreto como socia de Cristo y nueva Eva junto al nuevo Adán. Por eso es la «plena de gracia».

Por lo mismo, María es la antítesis del demonio, aquella que aplasta con su pie la cabeza de Lucifer. Lo es no sólo porque no cometió pecado, sino porque ella está íntimamente asociada a Cristo, vencedor de la muerte y del pecado, y porque dio un sí pleno y perfecto a la voluntad del Padre.

Por lo mismo María también está profundamente relacionada con la Iglesia: es su prototipo y personificación. Como corredentora y medianera de gracias es Madre de la Iglesia. Ella nos dio a luz con Cristo, al pie de la cruz; donde nos fue confiada por el Señor como Madre.

Podemos hacer un pequeño cuadro que muestra una imagen integrada de María:

Hija del Padre

Esposa del Verbo

Instrumento del Espíritu Santo

Inmaculada plena de gracia

Madre

Compañera y colaboradora de Cristo

Nueva Eva

Consors et socia Christi

Vencedora del Demonio

Corredentora

Medianera

Madre de la Iglesia