Según una encuesta realizada por Adimark-UC, los chilenos disponen de más medios, más tiempo libre, mayores estudios que hasta hace una década, pero viven más estresados y ansiosos. Los bemoles de una economía libre y abierta al mundo: ha traído grandes ventajas y mejorado la calidad de vida de una buena parte de la población, pero implica un aumento notable de tiempo laboral, estrés y preocupaciones. Los cambios en el organigrama social nos han abierto perspectivas de crecimiento sustentable que pueden llevar, por fin, a ese anhelado «salto a la modernidad» que tantos auguran para este rincón del mundo. Pero nos tenemos que hacer cargo de los costos.

Estamos lejos de ser la «copia feliz del Edén» que cantamos en nuestro himno. Buena parte de la población empieza a sufrir los efectos de un desarrollo explosivo, para el cual, como se ve, no estaba preparada.
Como botón de muestra, los chilenos en promedio – y para mantener un ritmo de vida que les queda grande-, debe tres veces su sueldo en tarjetas de crédito. A esto se suma una vorágine donde, por ejemplo, se gastan cerca de 3 horas en transporte para ir y volver del trabajo. Ante la pregunta de si se está dispuesto a hacer horas extras para aumentar los ingresos, cerca del 70% responde afirmativamente, no importando con ello empeorar su calidad de vida familiar.
La disminución de la natalidad ha sido uno de los efectos más claros de un mal comprendido desarrollo. Se prefiere mejor calidad de vida antes que niños. Y lo triste es que un porcentaje no menor responde a esto no por dar mejor calidad a los que ya tiene sino por «tener más tiempo para uno». Cerca del 30% de los chilenos dice sentirse «estresado» y casi un millón presenta algún síntoma de depresión, lo que redunda en que, si bien se «tiene más», no se es necesariamente «más». Algo falta.
El crecimiento en bienes materiales no necesariamente trae aparejado un mayor nivel de felicidad. De hecho, la felicidad tiende a disminuir, produciéndose una suerte de curva decreciente, provocando frustración. La inundación de bienes que creemos imprescindibles obnubila, llevando a fantasmas de felicidad que se desinflan, que reportan solo más preocupaciones que bienestar.
El justo equilibrio entre crecimiento, desarrollo y felicidad es el nuevo desafío para los próximos lustros. Sin renunciar a las bondades del desarrollo y en armonía con el entorno, se hace necesario repensar nuestra idea de felicidad, redescubriendo que ella siempre se encuentra en lo simple, lo cotidiano, lo perenne. Y esta constatación personal e intransferible, será el primer paso para vencer los agobios y el estrés; y, de paso, ser de verdad más felices.