11. La importancia que se le da a María en Schoenstatt

La relación con María en el Movimiento de Schoenstatt se funda en la posición objetiva que ocupa la Santísima Virgen en el plan de redención; es decir, en el lugar y la función que Dios le asignó a María en el orden de la redención. Ella no es una figura lateral en la Iglesia. No se puede equiparar nuestra relación a María con la relación a otros santos, pues todos ellos no ocupan el lugar esencial que ella ocupa en la Iglesia.
La Santísima Virgen es la Madre de Cristo y, a la vez, por su relación con Cristo, es la Madre de la Iglesia. Es la encarnación perfecta de la nueva creatura redimida y de la Iglesia; es la «plena de gracia».

Ella junto con encarnar el ideal del hombre redimido, también despliega activamente la tarea de Madre y Educadora que el Señor le confió frente a la Iglesia y a cada uno de los hijos de Dios.

Schoenstatt toma en serio todas estas verdades básicas de la fe y trata de ponerlas en práctica lo más fielmente posible. Es así como ha podido experimentar siempre y continuamente la presencia maternal y el poder de María a lo largo de su historia.

Junto a esto, el Movimiento de Schoenstatt posee una vinculación especialísima con María pues ve en ella la respuesta a los problemas antropológicos de nuestro tiempo. Hoy, cuando lo que está en juego es la dignidad y la misión del hombre y de la mujer, cuando se ha roto ampliamente la relación del hombre con Dios y la armonía de lo natural con lo sobrenatural, la presencia de María adquiere una importancia decisiva. En ella puede encontrar el cristiano actual, como lo afirman los documentos del magisterio eclesial, «la estrella de la evangelización», un norte claro y seguro en medio del desconcierto y el desánimo de muchos. «Esta es, afirma el Documento de Puebla, la hora de María». Desde el inicio ésta ha sido la convicción de Schoenstatt. Por todo esto Schoenstatt es un Movimiento marcadamente mariano.

Sólo una piedad mariana no educada, sentimentalista o fetichista, podría desviarnos de Cristo. La verdadera devoción a María –tal como Schoenstatt busca practicarla– nunca puede desviarnos de él; pues todo lo que es María se lo debe a Cristo y todo en ella nos lleva hacia Cristo. Si el encuentro con una persona cercana a Cristo o el encuentro con un santo nos conduce al Señor y aviva nuestro amor por él, cómo no va a suceder lo mismo, y mucho más cuando nos acercamos a la Santísima Virgen y le confiamos a ella nuestra vida. Quién nos va a dar a Cristo más que María que trajo a Cristo al mundo.

Sólo una visión inorgánica y desligada del plan de Dios puede sostener que el camino más directo para llegar a Cristo es aquel que resta importancia o, incluso, suprime los «intermediarios» para llegar «más directamente» a él. Desencarnar la religión de este modo, no sólo contradice el plan de Dios, sino que, al mismo tiempo, la empobrece y desnuda. Se «sobrenaturaliza» tanto la religión que se termina «volatilizándola».

El Dios que vino a nosotros en y por María quiere y espera que también nosotros lleguemos a él en y a través de María. De allí que Schoenstatt, justamente por ser marcadamente mariano, quiere distinguirse por un profundo e íntimo amor y entrega al Señor. Para Schoenstatt no existe ninguna contradicción entre la entrega a Cristo y a María. Quien posee un hondo amor a Cristo, por medio de ese mismo amor, llega necesariamente a María. No se podría amar verdaderamente al Señor sin amar lo que él ama, y el ser que él más ama, por sobre todas las criaturas, es María.