Isaías 60, 1-6; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12

«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo»

5 enero 2025    P. Carlos Padilla Esteban

«Más que encontrar lo que ansío, es el proceso el que me cambia. Si invierto en entrenar para ganar lo más posible. Puede que al final no gane pero el proceso de entrenar me habrá cambiado»

Aceptar la vida como es me da paz y me sana por dentro. Porque lo que siempre me entristece es ver que las cosas no son como yo las pensaba. A menudo me alegro más en la esperanza que en la realidad. Disfruto mucho preparando un viaje y luego veo que no es tan maravilloso como soñaba. La esperanza me alegra, me llena de gozo pensar en lo fantástico que será lo que voy a vivir. Ser alegres en la esperanza es todo un desafío. Para no dejar que la angustia o el miedo me quiten la alegría. Me alegro en lo que espero, en lo que sueño. El anhelo me mueve a querer entregarme. Me motiva para darlo todo en la búsqueda de lo que deseo poseer. Luego puede que las cosas no sean como las esperaba y los sueños no se hagan la realidad. En ese momento quiero reconciliarme con lo que me ha pasado en este tiempo. Sé que todo sucede para un bien más grande aun cuando ahora no entienda nada y no sienta que es lo mejor que me podía haber pasado. Leía el otro día: «¿Por qué he contraído cáncer? ¿Por qué he perdido el trabajo? ¿Por qué mi pareja ha tenido una aventura? Buscamos respuestas, intentamos comprender, como si hubiera una razón lógica que explicara por qué las cosas tomaron el rumbo que tomaron. Pero, cuando preguntamos por qué, nos quedamos atascados buscando alguien o algo al que culpar, incluidos nosotros mismos. ¿Por qué me ha pasado esto a mí? Quiero decir, ¿por qué no a ti?»[1]. Cambiar la mirada es lo que me ayuda a enfrentar la vida y aceptar la realidad. Si no la puedo cambiar, opto por mejorar la actitud. Por eso es necesario ser capaz de cambiar la pregunta, eso es lo que me da paz y libera mi alma: «Cuando pregunto «¿Y ahora qué?», en lugar de «¿Por qué a mí?», dejo de ofuscarme con el motivo por el que pasó—o está pasando—esta cosa mala y empiezo a prestar atención a lo que puedo hacer con mi experiencia. No estoy buscando un salvador ni un chivo expiatorio. Antes bien, empiezo a sopesar las elecciones y posibilidades»[2]. Las cosas son como son y no siempre los sueños se hacen realidad. Amargarme y llorar ante la leche derramada no hace que la leche vuelva a su vasija. Y cuando algo está roto, llorar y lamentarme no lo recompone. Seguirá estando la leche derramada y la vasija rota. Me quedaré paralizado mientras veo cómo no cambia nada en mi vida. Necesito aprender a adaptarme en esta vida y luchar. No me conformo con las cosas tal como son. Hay cosas que pueden mejorar. Acepto las cruces y las cargo. Sé que Jesús no me suelta de la mano, me sostiene, me da su paz. En medio de mis guerras me levanta. Y cuando caigo derrotado me anima a levantarme. Los porqués no me ayudan a cambiar. Los ¿ahora qué? Sí que me ponen de nuevo en acción. Dejo de lamentarme y miro de nuevo al futuro. Esperanza, me repito y espero que todo sea mejor mientras acepto las cosas como son. Una actitud positiva es lo que necesito esta Navidad, este nuevo año que comienza. Un lienzo en blanco ante mis ojos. Una mirada nueva sobre mi propia existencia. Hay cosas que seguirán como antes y otras muchas que pueden mejorar. Yo decido lo que emprendo desde cero y lo que mejoro. Yo acepto las cosas en su pobreza y tomo decisiones para mejorar. Si mi salud no es buena opto por actividades que la puedan mejorar y un estilo de vida que mejore mi ser. Puedo hacer mucho. Lo que no puedo es cambiar lo pasado ni deshacer lo que ha sucedido. Me gusta pensar que las cosas pueden ser mejor de lo que son y que para eso necesitan mi mirada optimista y llena de vida. Así comienzo este año, de la mano de Dios. Con la realidad que acaricio. Con el mundo en el que vivo y las personas que forman parte de él. Con esta realidad que me hace pensar que todo puede ser mejor si me dejo hacer por Dios en este año nuevo. Doy gracias por lo vivido y el ser agradecido me hace mucho más feliz. La vida es como es y por eso no me amargo nunca.

¿Es posible creer hoy en el milagro de la Navidad? Hace poco veía un programa en el que les preguntaban a unos jóvenes si creían en la Navidad. Si creían en Dios. ¿Es posible creer en lo imposible? Hay cosas imposibles. Me dicen que no se pueden lograr y yo hago caso, no lo intento o si lo intento lo hago sin convicción. Me dijeron que no podría lograrlo, y no pude. Hay imposibles que me creo y por eso dejo de luchar. Mi equipo va perdiendo y faltan minutos. Puedo creer o no creer. Dejo de luchar o sigo luchando hasta el final. Como siempre dicen: como no sabía que era imposible, lo hice. Lo imposible puede ser posible. Para Dios nada es imposible. Puede hacer que nazca Dios en la carne de un niño. Y que una mujer estéril dé a luz un hijo. Puede hacer que un hijo concebido por el Espíritu Santo sea aceptado en una sociedad tan rígida como aquella en la que nació Jesús. José pudo repudiar a María en secreto y el ángel se lo impidió, parecía imposible. Como subir una montaña que parece inalcanzable, lejos de los cerros pequeños que sé que puedo subir. Lo imposible es siempre una amenaza que me asusta. Como sobrevivir en un campo de concentración, cuando parecía imposible. Una fe invencible sostuvo a aquellos que lo lograron. Una resiliencia capaz de mover montañas. Lo imposible puede ser posible si creo, si lucho. Y aun así puede que no lo consiga. No habré fracasado, simplemente lo habré intentado hasta el final y no ha sucedido. Pero me quedo tranquilo pensando que lo di todo. No caigo en pensamientos negativos. La decisión que no tomé, lo que no hice, lo que no conseguí. Leía el otro día: «Con qué facilidad se convierte la vida que no vivimos en la única vida que valoramos. Con qué facilidad nos seduce la fantasía de que tenemos el control, de que alguna vez hemos tenido el control, de que las cosas que deberíamos haber dicho o hecho tienen el poder, si las hubiéramos dicho o hecho, de curar el dolor, de acabar con el sufrimiento, de eliminar el fracaso. Con qué facilidad podemos aferrarnos, ensalzar, incluso, las decisiones que creemos que pudimos o debimos haber tomado»[3]. Sólo tengo una vida que vivir, la mía, la que yo construyo cada día, la que conquisto cada mañana. Es la vida que Dios me ha dado y yo hago realidad con mi esfuerzo. Pero no vivo atenazado por la culpa por no haber intentado o logrado ciertas cosas. No me centro en lo que pudo ser y no fue. No sigo llorando sobre esa leche derramada. Vivo mi vida con ilusión. Creyendo en que lo que parece imposible que se pueda lograr. No dejo de luchar hasta el final del partido. No dejo de creer en la vida hasta que pierda el último aliento. Miro más allá de las sombras que oscurecen el futuro y veo la luz. Miro más allá de mis miedos y vislumbro la esperanza. Eso es Navidad. Creer que un niño indefenso va a salvar al mundo. La fe en aquel momento final de ver a Cristo resucitado cuando ahora sólo veo un niño que puede estar a punto de ser asesinado. Porque es un peligro potencial para los poderosos. Una amenaza para los que tienen el poder. Un niño pequeño asusta a los poderosos por la potencialidad escondida en su alma y a mí me falta fe. Me cuesta creer en la fuerza de su amor. En el poder de vida. Dejo de creer en ese Dios que me dice que no tenga miedo, que Él puede hacer lo imposible posible. E incluso en mis derrotas, después de haberlo intentado hasta morir, no me sentiré culpable. Lo imposible puede ocurrir de una manera diferente. Habré madurado, habré crecido como persona, me habré entregado por amor. Todo eso cuenta, es importante. Me gusta pensar que ese día de Navidad cambió todo sin cambiar nada. Ese día mis sueños tuvieron más fuerza, más poder. Pienso en las palabras que escucho: «La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso. El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: – Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». La sabiduría de Dios se hace carne en ese niño indefenso que no aun habla. La sabiduría tendrá luego voz y obras. Se limitará a un lugar, a un tiempo, a un espacio. Y hará posible lo imposible en un momento concreto de la humanidad. Me pregunto si hay cosas en mi vida que parecían imposibles y se han hecho realidad. Un amor eterno que durara toda mi vida. Un sí pronunciado para vivir como sacerdote y que no se gaste con el paso de los años. Lo que para el hombre es imposible no lo es para Dios. Él puede hacer milagros aparentemente pequeños que cambian vidas. Me parece imposible que cambie mi vida y Él pueda hacerlo posible. Imposible que cambie la persona a la que amo y Dios puede hacerlo. Puedo creer en los milagros, por eso creo en la Navidad. Creo en el poder de ese Dios escondido que se queda conmigo para cambiarlo todo. Ese Dios que me anima a seguir creyendo cuando todos parecen haber perdido la esperanza. Ese Dios que me recuerda que mi vida es buena y puede hacer grandes obras en medio de este mundo.

Acaba un año. Se van tantos días, tantos momentos. Dejo atrás el año que muere y doy la bienvenida al que comienza. Sé que no es sencillo mirar hacia atrás. Porque hay que hacer memoria y agradecer por todo lo vivido. Necesito aprender a ser agradecido. Doce meses, trescientos sesenta y cinco días. Tantas horas. Hace meses miraba con anhelo un año nuevo por estrenar, páginas en blanco. No imaginaba cómo iba a ser todo. Ahora soy más consciente de lo vivido y sólo puedo dar gracias. Pero no porque todo haya salido como yo esperaba. No por eso, sino porque Dios es capaz de cambiarme los planes, romperme los esquemas y mostrarme mi vulnerabilidad. Y en esos momentos siento que me ha dado la fuerza que me faltaba. No he caído en la desesperanza, me he mantenido confiado. ¿Cómo se hace para seguir esperando cuando muchas cosas parecen perdidas? ¿Cómo hago para ser fuerte justo cuando más débil me siento? Quiero aprender a dar gracias por lo vivido. Porque la vida es generosa después de todo. He acariciado los momentos sagrados que forman parte de este año y siento nostalgia de muchos de esos momentos. Tengo grabadas escenas, sin que me haga falta mirar fotografías y pienso que Dios es bueno y bueno es todo lo que Él hace, lo que Él permite. Creo que mucha gente tiene una imagen falsa de Dios. O les han hecho creer en un Dios al que se le pide algo y te lo concede siempre, porque parece que para Él nada es imposible. Y es cierto. Pero tal vez le cuento mis deseos, mis planes y Él se ríe. Y en ese momento me da pena sentir que la vida se me escapa, y el tiempo. No todo lo malo que me pasa es tan malo. A lo mejor es un camino que se me abre para crecer, para madurar, para ser más libre. No por vivir ya muchos años soy más maduro, es quizás que siento en ocasiones que soy un niño que no acaba de crecer nunca. Me dicen que el cerebro está hecho para sobrevivir. Por eso busca comer, beber y los placeres para sobrevivir. No está hecho para buscar la felicidad. Creo que puedo confundir la felicidad con el placer. Y no es así. Sucede tan a menudo. El cerebro recuerda perfectamente lo que lo sacia, lo que lo calma. Y quiere que se repitan rutinas que me esclavizan a un placer que satisface temporalmente pero no me hace feliz. ¿He sido feliz durante el año pasado? Una pregunta difícil. Ha habido seguro muchos momentos felices. Porque hay personas en mi vida que me dan esa felicidad sólo por el hecho de existir. Son personas con las cuales uno está feliz, sin necesidad de hacer nada especial. También hay lugares así que llenan el alma y basta con pisarlos para saber que uno está en casa, está bien. Momentos de felicidad que me permiten decir cómo me siento ahora, en este mismo momento. Aun así el dolor también forma parte de este año. Hubo momentos de dolor y de ansiedad. Momentos de tristeza y de pérdidas. ¿Cuánto se puede llegar a perder sin dejar de ser feliz? No sé si lo mido en tiempo, o en peso. Lo que importa es saber que la vida se juega en ese instante en el que decido cómo enfrentar las dificultades del camino, los obstáculos con los que no contaba. La montañas se yerguen ante mí y me exigen un salto de confianza. Caminar con fe, sin perder la huella del que va delante marcándome el camino. Agradecer por lo bueno y por lo malo. Por lo que duele y por lo que me ha sanado. Agradecer los tiempos en los que Dios me habla y me dice que la vida merece la pena, que estoy hecho para vivir cada instante como un momento sagrado. Confianza en que lo que me ha pasado este año es lo mejor para mi alma. Así quiero concluir este año, con la sensación de haberlo hecho todo lo mejor posible. Y luego pedir perdón, porque no todo estuvo bien en mi vida. Y no lo di todo, no me entregué con alegría siempre, no amé hasta el extremo a los que Dios me confiaba. Y pienso en el año que comienza. ¿Cuáles son mis sueños? ¿Y mis miedos? Uno prefiere comenzar por los miedos, porque parecen más tristes o dolorosos. Quizás me cuesta enfrentar los desafíos del próximo año. Lo que me exigen en el trabajo, o en la familia. Las decisiones que tengo que tomar y los pasos que debo dar. Me asusta confundirme, no dar el paso correcto, prometer lo que luego no voy a poder realizar. Ahora que comienza el año también siento sueños despertando muy dentro de mí. Sueño con una vida más plena, o más sana, o más alegre, o más bonita. Y quiero que se hagan realidad esos deseos míos de llegar más lejos, más alto. De conquistar más logros y de poder darme allí donde Dios quiera. ¿Cómo comienzo este año en el que María me abre la puerta de entrada? Pido una bendición a Dios: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz». Con esa bendición quiero comenzar este año. Con la esperanza de saber que Dios tiene grandes planes para mi vida. Comenta el Papa Francisco: «La esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad y nuestra compasión». Quiero ser compasivo y misericordioso anticipando el reino de Dios. Responsable con aquello con lo que me he comprometido. Quiero tomarme la vida en serio para dejar que Dios haga milagros en mi corazón y a través de mi vida.

Jesús nace en Belén y unos magos de Oriente dejan su seguridad, su hogar, para buscar al Rey de los judíos que ha nacido. Vienen de lejos dejándolo todo: «Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: – ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Siempre me ha conmovido la imagen de estos sabios caminando al encuentro del Señor. Lo dejan todo y se ponen en camino. Una estrella guía sus pasos. «¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: – Todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos». Llegan de lejos porque una luz ha aparecido en el horizonte. Es la luz de una estrella que señala el lugar en el que ha de nacer el rey de Israel, el Mesías. Para poder ver una luz, una estrella, tengo que estar atento y despierto. Debo tener el corazón anhelante, con ganas de encontrar una señal que marque la ruta. Sin ese deseo de encontrar un sentido a mi vida, sin esa esperanza naciendo en mi pecho, no salgo de mi comodidad, no me pongo en camino. Esa es la verdad. Dejo mi tierra sólo si sé que lo que me espera es mucho más grande que lo que ahora tengo. Una estrella lejana que señala un nuevo comienzo, un cambio en mi vida. Me gustaría tener la mirada elevada siempre buscando estrellas. Quisiera estar atento a todo lo que ocurre a mi alrededor. Los signos de los tiempos por los que Dios me habla. Las señales que me muestran hacia dónde tienen que dirigirse mis pasos. Yo dejo de mirar a lo alto y miro al suelo, o a mi celular, o a las cosas pequeñas que me aturden y agobian. Pierdo el norte y no sé a dónde ir. Para querer partir quiero tener claro lo que deseo, lo que me falta, lo que añoro. Sólo entonces seré capaz de desprenderme de lo que me hace daño. Mirar al cielo, interpretar las señales y ponerme en camino. Dejar mi tierra, mi seguridad, mis costumbres. Dejarlo todo para buscar al Hijo de Dios que le dará sentido a mi vida. Veré la señal y veré lo que Dios tiene preparado para mí: «Entonces lo verás, y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos». Mi corazón se asombrará ante lo que he de ver y se ensanchará. Me gusta esa doble imagen. Por un lado el corazón se llenará de asombro ante lo que no controla, ante lo que no conoce. Y al mismo tiempo se ensanchará para acoger todo lo nuevo que se presenta ante sus ojos. Me gusta esa imagen del corazón ensanchándose. Me impresiona cómo caben en él más vida, más personas, más lugares. Deja de pensar en pequeño para pensar en grande. Esa esperanza es la que me mueve a salir de mi comodidad y de mis propios caminos. Como decía Santa Teresa: «¡Oh Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones!». Y es cierto que no sé cuál es el camino que me conduce a la paz, a la vida. El camino que me salva y me hace experimentar un amor más grande en mi vida. Esos caminos de Dios que no son los míos, son diferentes, más esquivos, más extraños. Quiero aprender a dejar cosas al comenzar este año. Quiero ponerme en camino si sé que mi corazón se va a asombrar y a ensanchar al hacerlo. Porque caminar ya es dejar mi postura acomodada. Es salir de mí, de mi estrechez, de mi pereza y desidia, de mis hábitos que tienen el riesgo de atarme y no dejarme ser libre. Tomar un camino ya es salir de mí. Me gusta esa imagen del camino que tiene un punto final marcado por una estrella. Un lugar desconocido en el que mi corazón va a ser saciado por la presencia de Dios. Muchas cosas van a tener sentido. Por eso tomo lo más valioso que hay en mi vida y dejo mi lugar seguro para comenzar a caminar de la mano de Dios. Una estrella en el cielo que aparece y desaparece. Una estrella que indica una ruta en el horizonte para mí totalmente desconocida. Una estrella que ilumina mis pasos en medio de la noche. La presencia de Dios a mi lado es la que me calma. Dejo atrás los miedos que me atan y me impiden arriesgar. El que no deja cosas no crece. El que no renuncia a otros caminos, no madura. No puedo elegir todos los caminos, tengo que optar por uno. Una estrella que señale un lugar que aún no conozco anhelándolo. Una meta que parece inalcanzable a primera vista. Es suficiente la luz de la estrella para marcar hacia dónde tengo que partir. Me gusta esta mirada de los sabios que viven buscando y por eso encuentran. Viven desacomodados y por esto están inquietos. No están aburguesados, no están atados a nada. O mejor dicho. Sus ataduras no les quitan libertad. Parten con aquellos a los que aman en su corazón anhelando esa meta final de su camino. No dejan de amar pero el asombro y la posibilidad de que su corazón se ensanche es lo que posibilita este salto en el vacío y también la llamada de Dios en esa estrella que los anima a comenzar.

Llevan los magos a ese Niño Dios todo lo que tienen. Ya lo hemos escuchado hoy en las lecturas: «Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor». Porque un rey se merece todos los regalos: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. En sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo. Los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; póstrense ante él todos los reyes, y sírvanle todos los pueblos. Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres».
Llegan con esos tesoros que desde pequeño marcaron mi infancia. Tres reyes, tres regalos, oro, incienso y mirra: «Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra». La estrella los guía hasta el establo, hasta el lugar donde descansan José y María y el niño envuelto en pañales. Un largo camino hasta dar con la señal escondida. Una estrella que lo marca. Un lugar preciso. Siempre me conmueve la gruta de su nacimiento en Belén. Una cueva, un espacio oscuro ahora convertido en basílica. De rodillas me postro y adoro al rey de reyes. Tengo las manos vacías, no como las manos de esos magos de Oriente que traían tres regalos. Cada año en estas fechas pienso en el valor de esos regalos. En el valor de los regalos que entrego. O el de los regalos que me entregan. Y siento a veces que no estoy contento con lo que me dan gratis. Con lo que recibo como un don. Siento que podría ser mejor. O casi creo que me merezco cosas mejores. Los regalos son un don, son inmerecidos. Y el mayor don es la entrega de uno mismo. Siempre se dice que el oro representa el valor que tengo, la belleza escondida bajo mi piel. Leía el otro día: «Cuando eres libre, asumes la responsabilidad de ser quién eres realmente»[4]. Quizás el mayor reglo que puedo entregar es el de ser yo mismo. Dar mi belleza escondida. «La libertad consiste en aceptar nuestro ser íntegro e imperfecto y renunciar a la necesidad de ser perfectos»[5]. La libertad para ser yo mismo, para aceptarme en mi integridad. Sin miedo al rechazo de nadie porque no merezco ser amado siempre y por todos: «¿Quién ha dicho que todo el mundo debería amarnos? ¿Qué dios ha dicho que deberíamos conseguir lo que queremos, cuando lo queremos y del modo en que lo queremos? ¿Y quién ha dicho que tenerlo todo sea garantía de nada? Nadie te rechaza excepto tú»[6]. Nadie rechaza el oro. Y es precisamente oro lo que tengo en mi interior. Así que nadie lo puede rechazar, y si lo hace, es porque no lo conoce. El oro es lo que soy, lo que hay en mí. Un tesoro escondido que puedo entregar sin miedo a ser rechazado. Sin miedo a que me juzguen y critiquen. El oro es lo más valioso que tiene que ver con mis imperfecciones y debilidades. No todo me sale bien y no en todo soy un genio. Hay cosas que me resultan bien y otras en las que soy un fracaso. Pero no importa, es el tesoro que hay en mí el que vale e importa. Entrego el oro de mi vida, oculto bajo falsas apariencias. Quiero aprender a regalarme sin tapujos, sin miedo al rechazo o al juicio. Quiero aprender a ser más libre, más pleno, más niño. Transparente y sin barreras. Al mismo tiempo el incienso me habla de Dios. Es la oración que asciende desde lo más hondo de mi ser. Es la oración que se eleva como incienso en presencia de Dios. Quiero regalar mi alma que se trasciende y mira más allá de mi carne, de mi humanidad. Estoy hecho para el cielo. Para vivir con Dios en todo lo que me pasa. Es lo que quiero entregarles a los míos. Una conexión con el mundo de Dios. Un camino al cielo para que todos encuentren un acceso a lo más alto. Quiero aprender a entregar mi silencio, mi alma que contempla: «La oración contemplativa es algo delicado. Es como una flor que crece si se la poda con cariño y se contempla cómo va desarrollándose. Podrá regársela y ponerla al sol, pero no se la puede urgir a que crezca. Así como la flor se va desarrollando, también se manifiesta el ser y la presencia de Dios. Estamos acostumbrados a una mentalidad de rendimiento, corremos el peligro de querer intervenir en exceso»[7]. Quiero regalarle a Dios mi silencio, mi alma en paz, aquietada y tranquila. Y por último la mirra. Se utiliza para calmar el dolor de los enfermos. Y quiero ser un bálsamo con mi vida para los que más sufren. Para los heridos, los rotos, los abandonados. El mayor regalo es un abrazo sanador que sostiene al que se encuentra solo y sin paz. Un abrazo que contenga al que se ha perdido. Que sostenga al que se ha caído. En la vida no importa que me caiga, lo importante es no permanecer caído. Y para eso tengo que dejarme ayudar y al mismo tiempo ser ayuda para los que caen. Sostén para los que se doblan,. Esperanza para los que no confían.

Los magos regresaron por otro camino. Porque Herodes tenía miedo: «Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías». Lo contrario del amor es el miedo. Es el temor de perder, de que me hagan daño. Herodes piensa que este rey recién nacido amenaza su poder. Y él quiere conservar todo lo que tiene, no quiere perder nada. Los sabios le responden: «Ellos le contestaron: – En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: – Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel». Herodes tiene miedo. De Belén puede salir un rey poderoso que acabe con su seguridad. Por eso desea matar a los recién nacidos: «Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: – Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo». Les miente a los magos con la intención de acabar con él. Luego vendrán los santos inocentes asesinados cuando busca inútilmente a Jesús que ya había huido a Egipto. Herodes tiene miedo como yo cuando me veo amenazado. Todos tienen ese deseo en el alma de no perder nada de lo que tienen. Mi mismo deseo de mantener las cosas como están. Asegurar mis bienes, mis posesiones, mi poder. Cualquier amenaza es un peligro que quiero evitar. Me asusta que alguien ocupe mi lugar y adquiera un protagonismo mayor que el mío. Me siento como Herodes y desencadeno una persecución para acabar con un niño indefenso. Acallo a los que gritan, persigo a los que me juzgan. Que pierdan su poder los demás para que yo no llegue a perder nunca el mío. Al final Herodes no sabrá dónde ha nacido el niño. Porque los magos no cuentan nada y regresan por otro camino: «Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino». No cuentan nada y regresan a sus hogares por otro camino. Me gusta esa imagen. Regresan por un lugar distinto, hacen un camino diferente. Me habla de la conversión. Cuando me encuentro con Jesús el camino a casa ya es diferente. Aprendo una forma nueva de vivir, de amar, de entregarme. Y eso es porque la adoración me hace encontrarme con mi fragilidad y entender que sólo Dios puede cambiarme por dentro. Leía el otro día: «Al terminar el día, la semana, el año, cada uno nos convertimos en aquello en lo que invertimos. Si ese activo, que es nuestro tiempo, lo empleamos en leer, en investigar sobre cómo educar a nuestros hijos o gestionar a nuestro equipo; lo invertimos en conversar con amigos, practicar deporte, soñar y también hacer cosas, seremos más listos, más amigos, más saludables, mejores líderes. Si, en cambio, si lo invertimos de forma excesiva en navegar por las redes sociales, perdiendo el tiempo, consumiendo series o cualquier otra actividad que no ayude a crecer, nos iremos convirtiendo en personas reactivas, seremos también más ignorantes y tendremos menos ejercitado un músculo crucial para el éxito en cualquier disciplina: el de la voluntad. Para todo líder es fundamental comprender que la motivación de los demás es poco útil si la voluntad no está detrás»[8]. Los magos invierten el tiempo en buscar a Jesús. Y es esa búsqueda la que los cambia. Más incluso que encontrar lo que ansío, es ese proceso el que me cambia. Si invierto en entrenar para ganar lo más posible. Puede que al final no gane, pero el proceso de entrenar me habrá cambiado en mi interior. El tiempo que invierto y dónde lo invierto es lo que me define. Las cosas no suceden por casualidad. Si yo no busco a Jesús de forma obsesiva, no lo encontraré nunca. Incluso encontrándolo puede que no logre retenerlo. Y tendré que buscarlo más veces. Y emprender caminos nuevos para estar a su lado. La inversión del tiempo es fundamental. Lo que hago, lo que miro, lo que leo, lo que busco. Todo eso me define, me pone en camino, me hace mejor persona. Más que la meta es el camino. Más que lo que encuentro es lo que busco. Más que mis logros son mis intentos, la inversión de todo mi esfuerzo. Es lo que me define, no mi éxito, sino todo el trabajo que he invertido para alcanzar cualquier meta. Y siempre tendré que recorrer caminos nuevos si anhelo lograr objetivos diferentes a los ya alcanzados. Un camino nuevo para llegar a Dios.

[1] En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad, Edith Eger

[2] En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad, Edith Eger

[3] Edith Eger, La bailarina de Auschwitz

[4] En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad, Edith Eger

[5] En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad, Edith Eger

[6] En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad, Edith Eger

[7] Franz Jalics, Ejercicios de contemplación, 52

[8] Marcos Abollado Rego, INFINITO: Una mirada creativa y humana del liderazgo