P. Rafael Fernández
5. El Ideal Personal
b. Caminos para descubrir el Ideal Personal
Precisar cuál es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros no es un simple trabajo de reflexión, sino una gracia que es necesario pedir, un don gratuito del Señor. Partiendo del análisis de nuestro carácter o de la pura observación objetiva de la realidad, nunca alcanzaríamos una comprensión profunda de nuestro Ideal Personal. Un enfoque racionalista y teórico nos llevaría a “imaginarnos” un Ideal Personal, o a fabricarlo como una mera proyección idealista.
Para encontrar nuestro Ideal Personal se requiere ciertamente un trabajo de reflexión personal, pero éste debe estar acompañado de la oración y de implorar el Espíritu Santo, pues se trata de reconocer lo que Dios quiere de nosotros a la luz de la razón iluminada por la fe.
El objetivo de la búsqueda del Ideal Personal es llegar a formular su contenido en un lema y/o símbolo, en una pequeña oración, a fin de que luego, por las renovaciones del ideal, lo mantengamos vivo en nuestra conciencia y tratemos de llevarlo a la vida y ser consecuentes con lo que nos señala.
No pretendemos tener una claridad meridiana sobre nuestro ideal. Estamos “en camino” (somos “viatores”). También en esto caminamos en el claroscuro de la fe, pero con la luz suficiente como para avanzar. Basta con que captemos y formulemos un lema o una imagen que capte algo que pertenece a lo más propio de nuestra alma, que toque esa actitud o rasgo fundamental que nos caracteriza. En la medida que vayamos cultivando ese impulso básico se nos irá haciendo cada vez más y más claro el ideal: “Quien hace la verdad llega a la luz”, dice el Señor.
Una comparación esclarece lo que decimos: Imaginemos que una persona ve un bulto a lo lejos; luego percibe que éste se mueve. En la medida que se acerca (aún no distingue bien qué es), se da cuenta que no es un animal, sino una persona. Sigue acercándose y ahora puede percibir que se trata de un hombre. Cuando ya está cerca, descubre que es su amigo Juan.
Esta analogía nos permite captar que el Ideal Personal lo vamos conociendo progresivamente. Una persona descubre ya algo esencial de su ideal, al asumir que es una persona, o que es un hombre o una mujer. Ya ese es su ideal: llegar a ser un hombre o una mujer cabal, tal como Dios lo diseñó en su plan de amor.
Si profundiza en esta línea, reparará en el hecho de que él es un católico bautizado y que, por lo tanto, su ideal es ser y comportarse como hijo de Dios en Cristo Jesús.
Luego puede ahondar este conocimiento, viendo su realidad de cristiano a la luz de los dones o talentos que posee. Su historia personal le dará nuevas luces que aún harán brillar con mayor profundidad y precisión su ideal.
El Ideal Personal empieza a ser una estrella que guía nuestro camino en la medida en que se encarna y nos esforzamos por ponerlo en práctica. Es allí donde se prueba si lo que hemos formulado es verdaderamente la voluntad de Dios para nosotros. El Ideal Personal es ante todo vida, pues lo leemos en la vida, en nuestra historia y en nuestra estructura personal, y está destinado a conformar nuestra vida. Por eso, la “praxis” del ideal es tan importante. Lo que cuenta es captar esa verdad, “nuestra verdad”, que pulsa en nuestra alma y desplegar toda su potencialidad según las circunstancias y desafíos que nos vaya presentando la divina Providencia.
Ahora bien, ¿cómo llegar en concreto a formular nuestro Ideal Personal? Existen caminos más reflexivos y otros más intuitivos para llegar al conocimiento del Ideal Personal.
El camino que se siga, dependerá, en gran parte, del temperamento de la persona, que puede ser más intelectual o más emocional. Hablamos de caminos “más” reflexivos o “más” intuitivos, porque no se excluyen mutuamente, sino que se complementan. Y si hubiese que preferir una acentuación, ésta sería la intuitiva, sin separarla nunca de la oración y de la praxis. El exceso de reflexión puede confundir y llevar a un intelectualismo infecundo.