Recuerdo a un señor que, indignado, en una reunión familiar me reclamaba por los delitos que, según él, aumentaban. Aprovechó la tribuna que le ofrecía esa tertulia para despotricar contra la «vagancia, flojera y descomposición» de la juventud, sobre todo de estratos bajos. Los pobres tienen siempre la culpa. Debe ser difícil hablarles de honestidad a «esa gente» me reprochaba, entre lastimoso y corregidor, haciéndome ver, de paso, que la responsable de esos males era la Iglesia «por dedicarse a otras cosas». Entiéndase por esto el aburrido discurso de los pobres, justicia social y todo lo demás que desentona y resulta incómodo. Porque, claro, la Iglesia está «para otras cosas». Pero bueno, volviendo al punto, este señor daba cátedra sobre la necesidad de «inculcar valores: que la responsabilidad, el trabajo bien hecho, etc.» Una cantinela de sobra conocida y con la cual algunos se llenan la boca pero están lejos de practicar. Le digo ya que, entre más florido y ceremonioso el discurso moralista tanto menos se practica. Y esta anécdota que le voy a contar, lo confirma.
A modo de disculpa, conté yo de experiencias que he tenido con familias acomodadas, sin necesidades materiales, donde me he encontrado cosas hurtadas de restoranes, hoteles y supermercados. Como si nada. Y este mismo señor, ya entrando en confianza, contó, entre risas y desparpajo, «su gracia»: había robado, en un viaje, el paracaídas del avión. Si no lo escucho, no lo creo. Él, padre de familia, profesional, se ufanaba de su «picardía». Había sustraído, con todo lo trabajoso que debe ser, el paracaídas de debajo del asiento (en esa anécdota me enteré de que están en ese lugar). Lo había enrollado y hecho pasar como bolso. Y pensar que en la cárcel de San Miguel había encerrado un joven por un delito menor que ése y murió en el accidente.
Es fácil el discurso pseudo moralizante sobre buenas costumbres y honestidad. Pero lo que se necesitan son buenos ejemplos. Me quedó dando vueltas la encuesta de Adimark-UC. Ahí se dice que un 54% de los chilenos no cree que si se le pierde su billetera en su barrio y la encuentra un vecino, éste se la devuelva. Sé de gente que en su propio lugar de trabajo anda medio saltona, mirando de reojo a colegas de años.
Casi le levantamos un monumento a una señora que devolvió una bolsa de dinero hace unas semanas. Debía ser extraterrestre, la encarnación de Santa Teresita o algo parecido. No podía ser humana. No podía ser chilena.
Buena parte del discurso de la honradez tiene su base aquí, en crear una cultura de probidad, comenzando por los pequeños gestos, que son los que se transmiten y se ven. Este señor ha contado su anécdota con seguridad varias veces, delante de sus hijos y amigos. Las malas costumbres se repiten e imitan.
Tarea para el año: Si encuentra una billetera por ahí, haga el favor de buscar a su dueño. Habrá hecho de este país un espacio un poco más digno para vivir.