La discusión en torno a la educación en Chile ha sacado chispas. Con razón. Ella ha sido la tía solterona, la que nadie quiere invitar y el fardo pesado de todas las fiestas. Malacostumbrados a la comida rápida, a los éxitos inmediatos, nos resulta incómodo pensar en inversiones de largo aliento y, en apariencia, “a fondo perdido”. Es así como lo sentimos. Pero no es así. Invertir en educación -racional y cuidadosamente- es siempre invertir para mejor.

Al final del día, cada cierto tiempo y casi con puntualidad suiza, esa tía fea que es la educación se hace presente y manifiesta su descontento recordándonos de paso que, sin ella, el baile nunca será el mejor. O le hincamos el diente a esto de la educación o no salimos del subdesarrollo. Y no queda más que abordar sus cambios por los canales regulares. La educación se cuece a fuego lento. Solo así da frutos consistentes y perecederos. Ello es parte del mismo proceso de mejoramiento al que aspiramos. Una pregunta grave al observar la forma de expresar el descontento de muchos estudiantes y los altos porcentajes de duda ante las formulas democráticas de solución de conflictos. La democracia en sí es fuente de educación. Algo estamos haciendo mal que no se confía en las instituciones que nos hemos dado.

La ciudadanía dejó la niñez. Nos encontramos con una sociedad más adulta, más consciente de sus derechos y de las bondades de un sistema que no ha sabido responder a las necesidades de todos por igual. Seamos honestos: irrita ver y escuchar cifras de gran bonanza siendo que un porcentaje no menor del país no las experimenta. Así de simple. No hay que ser gran economista para darse cuenta de que los superlativos económicos (cobre y demases) están lejos de ser vividos por la gente de a pie. Comprensible entonces que la gente reclame lo que le han hecho sentir “suyo”, aunque no lo sea. De tanto decirle a la gente que “crecimos”, se lo terminaron creyendo. A asumir las consecuencias.

Y un saludo a los profesores, que siempre salen vilipendiados en estas discusiones. Llueven los buenos ejemplos de esfuerzo de una inmensa mayoría de ellos que, con dedicación, sacrificios y entrega, logran sacar adelante sus materias y formar personas integralmente. Eso sí, una buena autocrítica ayudaría a encontrar soluciones a un tema que nos atañe a todos. Recordemos que la primera escuela es la propia familia, la mesa del comedor, el dialogo familiar. Lo demás, por bueno que sea, será solo un buen aliado, un sucedáneo, nunca un suplente.