Esta semana se estrena en Chile «Transcendence», cinta que que explora el cada vez más cercano mundo de la inteligencia artificial. Un tema complejo, que abre muchos dilemas éticos. En esta columna, el padre Hugo Tagle analiza «Her», película que plantea la inteligencia artificial desde una ingeniosa mirada, y cuyo guión ganó un premio Oscar.
Entre las películas sobresalientes en los pasados Oscar figuraba «Her» («Ella»). Un drama futurista que trata de la relación sentimental entre un hombre solitario – Theodore, escritor en un blog de cartas de amor por encargo – y un nuevo sistema operativo para su teléfono y computador, de nombre «Samantha». Este sistema, nuevo modelo de inteligencia artificial, ordena la agenda de sus clientes, revisa sus cuentas, lleva las tareas domésticas, acompaña y aconseja. Todo en uno.
Theodore queda eclipsado por este programa: su voz, su capacidad de escuchar, de dar buenos consejos, de satisfacer sus deseos. Un programa que permite tanto un trabajo en equipo como abrirse a la posibilidad de desconectarlo a gusto. No decepciona. Alimenta el ego, hace sentir bien. Solo existe un pequeño defecto: no es humano. La creciente dependencia de Theodore, solo logran aumentar su soledad y desamparo.
La trama se desarrolla en una gran ciudad, donde las otras personas solo juegan un rol funcional en la vida del actor principal. El entorno se va deshumanizando a medida que la relación entre el hombre y el sistema va «madurando». Todo se vuelve prescindible, salvo el computador. Se puede vivir sin personas, mascotas, naturaleza. Pero no sin el sistema operativo.
Los teléfonos inteligentes son un pálido adelanto de lo que se nos viene. Pero se descubre también el consecuente peligro de desadaptación, soledad, enajenamiento. He sorprendido a gente hablándole a su computador con tanto y más cariño del que lo haría con otro ser humano.
El idioma inglés conoce tres términos para soledad: alone, loneliness, solitude. Podemos estar en medio de una multitud, pero solos. Esa soledad del alma, ese vacío, es loneliness. Cultivar una soledad interior, pero a su vez estar con otros, es solitude. La soledad así entendida es sana. Hay que saber cultivar una soledad para relacionarse mejor con los demás. El drama del hombre moderno es ese vacío interior – loneliness -, el mismo el que experimenta Theodore en «Ella». El referente de sus emociones no es un igual de carne y hueso. Es un ser de apariencia cálida, pero una máquina, un espejismo que regala la sensación de sociabilidad pero que, imperceptiblemente, nos aísla del resto. Hasta que es muy tarde para establecer lazos con otro humano.
Es fácil enceguecerse con la falsa ilusión de contacto que nos regalan las redes sociales. Éstas no reemplazarán nunca la riqueza de lo humano. Si bien el futuro en esta área es promisorio, ello obliga a recentrar la mirada en el trato directo con el otro, en la necesaria simetría de las relaciones humanas, en su fragilidad e imperfección. Es allí donde radica su grandeza.