Evangelio según San Mateo 22, 34-40
Vigésimo viernes del tiempo ordinario
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”. Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”.
Meditación de Alejandra Castelblanco de Prieto
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Jesús parece decirnos: a ustedes les cuesta creer que este sea el mandamiento por excelencia. Es que el amor es tan fuerte que mueve lo imposible y logra lo increíble. Piensen en el amor a los hijos, hermanos, amigos, padres…acaso ¿no harían lo imposible por ellos? Ahora, den un paso más allá, aventúrense a lo desconocido y traten de amar con esta misma fuerza, al jefe, al compañero antipático, a la señora que les hace aseo, al vecino…Es más difícil, pero yo los invito a crear primero un vínculo con ellos, a conocerlos, a descubrir su encanto y poco a poco ese amor irá creciendo y dejará de ser imposible.
Es cierto que amar en instantáneo no es fácil, los seres humanos somos complicados, nos cuesta confiar, abrirnos o acoger sin prejuicios. Creer de verdad, que este es el segundo mandamiento más importante, debiera hacerme replantear mis prioridades, movilizarme a estar más dispuesta a dar oportunidades a los demás. Creo que la benevolencia es una virtud que me ayudaría a ver a los otros como aportes a mi vida y yo podría aprender a quererlos más fácilmente. No cerrarme cuando alguien me cae mal y poder buscar una oportunidad de acercamiento distinto y así descubrir a alguien más a quien amar.
Querido Señor: enséñame a descubrir la forma de acercarme más al prójimo, a establecer un vínculo que borre mis prejuicios y me lleve a descubrir a un otro amable. Ayúdame a ver tu rostro en los demás, sobre todo en los que más me cuestan y así descubrir que el amor todo lo puede. Dame la fortaleza de María que supo amar a los apóstoles como a su hijo, que supo acoger a los demás con ternura y sabiduría. Hazme creer firmemente este mandamiento que sin duda no es otra cosa que fortalecer mi amor al Padre. Señor, condúceme al Santuario, para que las gracias que ahí se derraman penetren en mi corazón y lo ablanden cada día más. AMÉN