Evangelio según San Mc 12, 38-44

Sábado de la novena semana del tiempo ordinario

 

Y él les enseñaba: “Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad”. Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”.

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“Fingen hacer largas oraciones”

 

Jesús parece decirme: Algunas personas rezan en voz alta, de manera potente y clara, para predicar e intentar convertir algún corazón. La oración en comunidad también permite que algunos traten de cantar más fuerte, o de levantar más alto las manos. Orar nunca será algo negativo, porque nos permite conversar y hablar de corazón a corazón, pero cuando parte de esa oración no es para hablar conmigo sino para que otros escuchen o vean, se pierde esa preciosa vinculación que podemos tener en el rezo. A Mí me gusta mucho la oración silenciosa, incluso contemplativa, donde nos miramos sin decir nada, sin moverse, quietos en lo hondo del corazón. Ahí, nos encontramos y compartimos, sin velos, y puedo ayudarte a entender y recobrar fuerzas.

 

Este Evangelio es fuerte. Veo a esa pobre viuda, silenciosa, de paso lento y doloroso, escondida por la vergüenza de entregar solo dos moneditas. Se parece al Evangelio donde rezan el fariseo y el publicano. Quiero tener esa misma humildad. No tengo cara para acercarme a Dios, porque soy un siervo suyo, mal portado y pecador. Quiero mejorar, pero mis malos hábitos tienen raíces profundas, y si bien estoy trabajando para limpiarlos, me falta mucho. Es solo la gracia de Dios la que me puede sacar de esta situación, porque jamás podré limpiar mis vestiduras para que sean lo suficientemente blancas como para entrar en su casa. Mi esfuerzo está dispuesto, pero el día a día muchas veces me gana.

 

Señor Jesús, antes que todo, te agradezco por regalarme la gracia de tener la posibilidad de ser tu amigo, tu siervo. Gracias por tu sacrificio en la Cruz, que me abrió las puertas del Cielo. Estoy muy lejos de ser merecedor de tal tesoro, y también tengo certeza de que no me lo quitarás si aún quiero vivir junto a Ti, por mucho que me vaya a costar, tanto en esta vida como en la próxima, limpiar mi alma de las manchas del pecado. Te pido, Señor, que pueda poco a poco mejorar, avanzar hacia Ti, porque en verdad no me interesa recorrer la vida si no estás a mi lado. Madre mía, que tu ejemplo sea lo que más tenga ante mis ojos para poder abordar los quehaceres de mi vida, observando siempre tu forma de buscar agradar al Padre. AMÉN.