Evangelio según Mateo 9, 14-17

Sábado de la semana decimotercera del tiempo ordinario

 

En aquel tiempo, los discípulos de Juan se acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.”

 

Jesús parece decirme: Si estoy con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo, debieran estar siempre alegres, felices de compartir conmigo la felicidad completa y eterna. No importa que estén supeditados a la corporeidad de la materia, siempre pueden elegir estar bien, ser felices con lo que les es fácil y con lo que les cuesta más. La alegría de Job, que ante el bien que tenía y luego las penas que le llegaron, siguió amando al Padre. Claro que esto requiere entrenar los sentidos, porque la materia es útil en muchos sentidos, pero también los esclaviza a ella, impidiéndoles ver con más perspectiva y observar el mundo desde nuestros ojos. El esfuerzo y la paciencia les dejarán llegar.

 

Cuando escucho esta lectura, me alegro mucho, porque entiendo que soy parte de esos discípulos de Cristo, tanto por el bautismo como por propia voluntad. Pero efectivamente es difícil tener esa perspectiva. Ver el mundo con los ojos de Dios es imposible, pero estoy seguro que podemos acercarnos un poco a esa visión. Con un poco que pudiera “subir” en la perspectiva, tomando algo de distancia no para alejarme de mis vínculos sino para verlos desde un punto de vista más “de Dios”, me permitiría comprender que hay alegría tras la dificultad, un buen futuro tras lo opaco del dolor. Me cuesta encontrar la escalera que me lleve a esa capacidad, pero debo trabajar en ello.

 

Señor Jesús, no tengo palabras para agradecer tanta bondad. Me dijiste todo lo que necesitaba en tu Evangelio, para ser santo, acercarme a Ti, y encontrar la verdadera felicidad que se oculta al final de mi vida. Ver esa felicidad sería en verdad el cumplimiento de mis esfuerzos por acercarme a Ti, pero sé que se me muestra en cosas pequeñas, o incluso en experiencias que en apariencia son tristes o indeseables, pero que tras ellas hay una oportunidad de aprender y acercarme a Ti. Perdona mi miopía, Señor, y guía mis esfuerzos para encontrarte tras el velo de la materia que nos separa. Te amo, Señor, y si bien no merezco tu amor, igualmente me lo regalas si lo quiero recibir. AMÉN.