Evangelio según Mateo 4, 18-22

Trigesimocuarto sábado del Tiempo Ordinario

 

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: “Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“Jesús los llamó”

 

Jesús parece decirme: En verdad, Yo los llamo a todos. No hago distinciones de ningún tipo, ni siquiera distingo entre buenos y malos, pecadores y santos. Los amo a todos, y por ese amor es que di mi vida como el sacrificio definitivo en honor de mi Padre. Yo soy la ofrenda al Padre para salvación de todos ustedes. Por eso los llamo a todos, porque no quiero que ni una gota de mi Sangre se haya derramado en vano. Los quiero a todos conmigo, felices en el Paraíso, tal como el buen ladrón que crucificaron a mi lado. Y si bien soy Yo el que los salva porque ustedes solos no pueden, depende de ustedes aceptar este ofrecimiento, abrazándome en humildad y con fe.

 

Cristo me llama a ser feliz, no quiere que me pierda en el camino. Me llama para ser feliz de verdad, gozar de la verdadera felicidad, que solo se puede obtener a su lado. Y si lo pienso detenidamente, en realidad no existe mayor felicidad que vivir eternamente con el Dios que me creó y que me ama al punto de aceptar su propia muerte para el perdón de mis pecados. Jesús me llama todos los días, cada mañana me invita a aceptar su llamado, y yo torpemente, muchas veces me pierdo la oportunidad de ser feliz incluso aquí en la tierra. Ahora miro hacia atrás y de inmediato me doy cuenta de la torpeza con la que me he conducido. Quiero mejorar para seguirlo.

 

Señor Jesús, tal como los caballeros antiguos, quiero escucharte y seguirte, así sin más. Quiero saber dejar mis redes, alejarme de la barca y caminar hacia Ti. Maestro, te alabo porque sé con convicción que no existe mejor alternativa de ser feliz que a través tuyo. Solo Tú puedes darme esa felicidad perpetua, que llena todos mis rincones, que convierte mis oscuridades en luz, tanto para mí como para quienes quieran mirarte a través mío. Madre admirable, has sido el espejo de tu Hijo, para que sepamos cómo un simple mortal puede seguir los pasos de Cristo para nuestra propia salvación. Te agradezco tu ejemplo y tu preocupación por mí. AMÉN