Evangelio según Lucas 18, 9-14
Sábado de la tercera semana del tiempo de cuaresma
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Meditación de Gonzalo Manzano González
“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”
Jesús parece decirme: Nadie sino Yo puedo decir que estamos libres de pecado. Incluso mi madre, siendo Inmaculada, es tan humana como cualquiera de ustedes, y si bien no estaba predispuesta a él, pudo pecar. Las tentaciones calaron en ella tal como a cualquiera, pero eligió no dejarse llevar por ellas. El Padre en verdad oye sus súplicas, sobre todo si vienen de sus pequeños más alejados de Él. Tengan fe, fe en que no los abandonamos a su suerte, sino que de a poco, en la medida que ustedes mismos van abriéndose a mi misericordia, van recibiendo mi Amor que los salva de la esclavitud del pecado. Ábrete a mi misericordia, y verás que siempre estoy contigo.
Esta lectura me pega fuerte. Me reconozco como alguien que no se anda comparando con los demás. No digo “gracias porque no soy como él o aquel”, pero sí me he sorprendido diciendo que en realidad no he pecado. Y luego me doy cuenta de que el solo hecho de reconocerme como alguien libre de pecado, me hace pecar de soberbio. Quizás ese es mi más grande falla, pensar que, por sentirme cerca de Cristo, por intentar vivir mi Ideal Personal, que en muchas cosas me exige ir más allá de los pecados graves o leves, me encuentro lejos de caer en tentación. Hoy quiero acercarme a Él con la misma actitud que el publicano, sin mirar al cielo, reconociendo mis errores.
Señor Jesús, te pido perdón de rodillas, con el corazón apretado por mi propia miseria, en medio de la oscuridad en la que yo solo me he metido, para pedirte nuevamente que extiendas tu mano salvadora y me saques de mi pecado que me ahoga. Me es imposible salvarme sin tu Gracia y misericordia, por lo que una vez más clamo a Ti, Señor Todopoderoso, para encontrar la seguridad de tu regazo y dejar el lastre que me ata a mi propia miseria. Señor, Tú me ofreces siempre tu mano para sacarme de mi perdición, y yo en verdad quiero salir de ella. Por eso, ilumíname con tu rostro benéfico para que te encuentre y logre aferrarme a Ti, para no soltarme más. AMÉN