Evangelio según san Lucas 9, 43-45
Sábado de la semana vigesimoquinta del tiempo ordinario
Y todos quedaron atónitos ante la grandeza de Dios. En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.
Meditación de Gonzalo Manzano González
“Les estaba velado de modo que no lo comprendían”
Jesús parece decirme: Hay muchas cosas que ustedes no entienden aún. Luego de dos mil años, siguen sin comprender la verdadera profundidad de mis palabras. No se extrañen que sea así. Necesitan de mi Padre para poder comprenderlas en su totalidad. Cuando Yo les hablé estando entre ustedes, muchas cosas quedaron veladas para que poco a poco pudieran ir dándose cuenta de su verdadero contenido. Luego de dos mil años, aún siguen quedando textos sin entender a cabalidad. Siguen discutiendo de si me refería a esto o a aquello. Cuando encuentren estos pasajes que los confundan, vuelvan a los principios, y verán la verdad.
Cuando leo estos pasajes, a veces me confundo porque no logro entender por qué los Apóstoles no lograban entender lo que Jesús les decía. Pero luego me reconozco en la misma ignorancia de los Apóstoles que, en su falta de erudición, intentaron aprender lo que Él quería enseñarles. Me cuesta pensar en su entendimiento, porque a mí mismo me falta entender lo que Dios quiso decirnos con estos mensajes. Yo, habiendo ya conocido el desenlace de esta historia, sigo sin comprender las enormes dimensiones de las palabras de Jesús. Me quedo corto en el entendimiento, y ahí solo me queda ceder y reconocerme pequeño ante Él.
Señor Jesús, no soy digno de recibirte ni de que me expliques lo que quieres de nosotros. Tu capacidad está basada fuera de este mundo, y yo no soy capaz de acercarme siquiera a tu poder. Te alabo, mi Señor, porque yo no soy nada, y Tú solo por amor me has querido abrir las puertas del cielo y los secretos de tu entendimiento a mi conocimiento falible y débil, que no conoce de certezas y que solo se basa en siluetas de lo que realmente me quieres revelar. Me dices que recuerde tus palabras, pero no soy sino un vil lacayo que intenta hacerte feliz. Madre querida, que yo logre hacer feliz a tu Hijo, porque en ello me juego la vida eterna. AMÉN