Evangelio según Juan 21, 1. 15-19
Sábado de la duodécima semana del tiempo ordinario
Corazón Inmaculado de María
San Ireneo, obispo y mártir
Habiéndose aparecido Jesús resucitado a sus discípulos, después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” Él le respondió: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.
Meditación de Gonzalo Manzano González
“Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas.’”
Jesús parece decirme: Así es como le dije a Pedro que se hiciera cargo de mi Iglesia. Le pregunté tres veces, porque lo que le pedí no era menor. Estaba cargando sobre sus hombros el peso de la salvación del mundo. Claro que en ello no estaría solo, pero fue a él a quien le pedí guiarlos a todos. Ser Papa es una tarea que sé que pesa, porque fui Yo quien puso esa carga sobre ellos. Sin embargo, esa carga es una que ellos también pueden cargar, basados en su fe y su entrega total a mi Palabra. Yo voy con ellos a cada paso que dan, y avanzamos juntos ese camino de mortificación y santidad.
Ahora que hace poco vimos el cambio de Papa, pudimos darnos cuenta de cómo pesaba la cruz de Francisco y cómo León abrazó su cruz. Hay que estar hecho de una madera muy especial para aguantar tanto peso. Me cuestiono si yo hubiese podido llevar a cabo esa misión tan compleja. Me doy cuenta de que primero debiese rezar muchísimo más, porque sin esa oración, yo solo con mis fuerzas simplemente no podría. Luego, cultivar las virtudes debiese ser algo habitual, que se volviese automático. Finalmente, fomentar mi empatía, porque esta Iglesia es diversa como cuantos corazones acoge. Y todo eso puedo hacerlo sin ser Papa.
Señor Jesús, no soy más que un humilde siervo tuyo, indigno siquiera de que me mires, mucho menos de comerte en la Eucaristía. Pero Tú quieres que lo haga solo porque quieres que nos encontremos en la siguiente vida. Desde esa Eucaristía, quiero hacerte feliz por encontrarnos, pero también desde ella ojalá pudiera donarme para el servicio a los demás. Nada de lo que haga lo podré hacer solo, sino que solo contigo y yo siendo tu instrumento, podré acercarme a lograr lo que Tú me pides. Tal como el Papa, quiero poder cuidar de los que me has encargado en esta vida, ayudándolos poco a poco a alcanzar su santidad. AMÉN