Evangelio según San Juan 1, 45-51

Vigésimo sábado del tiempo ordinario

 

Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez». «¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús continuó: «Porque te dije: ‘Te vi debajo de la higuera’, crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“Verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”

 

Jesús parece decirme: Claro que verán cosas aún más grandes. Ustedes van por la vida viendo todo según las leyes naturales de la Creación. Aplican la gravedad, el tiempo, ven en todo causa y consecuencia. Todo eso es verdad, ocurre porque así hemos creado la realidad. Sin embargo, cuando Yo vuelva, nada de eso les hará sentido, porque esas leyes ya no serán necesarias. Como Yo habré vuelto por ustedes, la realidad cambiará tan radicalmente que se escribirán nuevas leyes para ustedes, y vivirán una nueva realidad a mi lado, si es que ustedes me aceptan como su Dios y Salvador.

 

Pensar en ese momento final es algo impresionante. La verdad es que me encantaría que ocurriese lo antes posible, ya que esta espera a estas alturas son puros momentos en que puedo equivocarme en elegirlo, y tengo más posibilidades de meter la pata que de apuntarle con mi decisión. Quiero decir siempre igual que Natanael, que Jesús es el Hijo de Dios, el Rey de Israel, y si bien no soy digno de verlo a la cara, sé que Él no necesita que yo lo sea, porque es Él en su inmensa gracia el que me permite mirarlo. Él me llama todos los días, y aunque yo meta la pata, seguirá recibiéndome con los brazos abiertos.

 

Señor Jesús, seguramente deberé purgar mis culpas y lavar mis ropas antes de entrar en tu Reino, pero tengo la certeza de que quiero estar contigo, y que nada ni nadie podrá cambiar eso en mi ser. Tengo certeza de que quiero vivir la eternidad contigo, y solo espero que en tu bondad perdones mis enormes faltas. Te amo Señor, y te adoro con reverencia y fanatismo. Te vuelvo a ofrecer lo poco que tengo, que no alcanza para nada en comparación con otros, y a pesar de todos mis dobleces, quiero ser tu siervo para siempre. Gracias Madre querida por mostrarnos a tu Hijo y el Camino que nos lleva a Él. AMÉN