Evangelio según Mateo 9, 9-13
Sábado de la semana vigesimocuarta del tiempo ordinario
Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: «Yo quiero misericordia y no sacrificios». Porque Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
Meditación de Gonzalo Manzano González
“¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”
Jesús parece decirme: Ustedes pasan gran parte de su vida viendo a los demás. Sus ojos se han adaptado a ver más allá de su nariz solo para criticar, y únicamente se miran a ustedes mismos para quejarse de sus carencias. Cuestionar todo de otros y quejarse de lo que los aqueja a ustedes mismos. Todo eso viene del egoísmo y la envidia. ¿Te quejas de no tener alguna comodidad, mientras que otros sí la tienen? ¿O quizás juzgas a tu prójimo como si tuvieras alguna autoridad para hacerlo? Solo Yo puedo ver lo que hay en el corazón de las personas, por lo que aprende humildad y reconoce tu ignorancia. Sé dueño de tu silencio.
¡Por Dios que es difícil esto! Creo que no se trata tanto de mirarnos el ombligo y andar siempre “yo, yo, yo”; sino más bien de evitar ir por el mundo cuestionando a los demás. ¡Quién soy yo para decir que algo está mal o bien? Si el otro se puede equivocar, de la misma manera yo me equivoco. Me impresiona lo rápido que pretendo subirme a un pedestal para mirar a los demás desde arriba hacia abajo. No tengo ningún derecho, y así y todo lo hago, casi inconscientemente. Quiero mejorar esto, porque no solo me alejo de este mal hábito, sino que podría vivir mucho más tranquilo y en paz, si no anduviera midiendo a los demás.
Señor Jesús, gracias por mostrarme en Mateo mi propia pequeñez. Él no chistó cuando le ordenaste seguirte. Yo tampoco quiero cuestionar tu sabiduría. Aléjame, Señor, de mis fariseísmos, que solo me alejan de Ti y por eso es que solo a mí me afectan. Quiero vivir una vida tranquila, basado en Ti, más allá de un constante autocompadecerme, porque no quiero lamerme las heridas que mi corazón imagina. Tú estás constantemente conmigo, y en realidad no hay razón para la melancolía y la falta de convicción. Tú eres el que me dio la vida, me la mantienes para que sirva más y mejor a los demás, y me invitas a ir de tu mano. AMÉN