Evangelio según Mateo 12, 14-21
Sábado de la decimoquinta semana del tiempo ordinario

Los fariseos se confabularon para buscar la forma de acabar con Jesús. Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Grandes multitudes lo siguieron, y los sanó a todos. Pero Él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: “Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre Él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre”.

Meditación de Gonzalo Manzano González

El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

Jesús parece decirme: Es algo no menor, seguirme de verdad, ir más allá de lo mínimo y entregar la vida para que otros puedan acercarse a Mí. Ustedes son mis hijos, y mi Cruz les abrió las puertas para que compartan conmigo la Vida Eterna. Pero para eso, hay que tomar mi Cruz, compartirla conmigo, como Simón de Cirene, y romperse el lomo trabajando por el Amor. Tengan por seguro que cada paso que dan cargando la Cruz, es un paso que Yo atesoro en favor de ustedes. A Mí, solo me interesa que ustedes puedan gozar de la gracia de mi presencia en sus vidas, para que sean ustedes los que disfruten de la Vida Eterna en presencia de mi Padre.

Cuesta enormemente dar ese paso, de no quedarnos esperando en nada, ni solo preocuparnos de las pequeñeces de este mundo. El Señor no nos pide poco, no porque no podamos, sino porque nuestra propia naturaleza se rehúsa a seguir adelante con algo que en una primera mirada pareciera ser puro sacrificio y ninguna recompensa, pero solo porque esta no se ve a simple vista. Esa recompensa está escondida al lado de Cristo, una recompensa que trasciende al tiempo, a las cosas mundanas de nuestra vida en la tierra, y a nuestros propios sentidos y sentimientos. Ahí es donde nuestra fe debiese ser más recia, buscando ir siempre más allá de lo evidente para encontrarlo a Él.

Señor Jesús, hoy me llamas a no quedarme en lo pequeño, en seguir adelante sin importar lo difícil que pueda ser. Me llamas a confiar de verdad en Ti, en tu Palabra, en que no me dejarás botado en la orilla del camino, a pesar que no vea en el corto plazo cómo es que saldré adelante con las cosas que hoy tengo que afrontar. Esas cosas cotidianas que me quitan el sueño, porque tengo a cargo a quienes me has regalado para compartir mi vida. Lo que me falte para dárselo a ellos, confío en que Tú sabrás procurárnoslo, y así podremos abocarnos a esparcir tu Palabra. Te amo, Señor, y si bien a veces me cuesta seguirte el paso, en verdad quiero hacerlo con todo mi corazón. AMÉN