Evangelio según Lucas 17, 26-37

Trigesimosegundo sábado del tiempo ordinario

 

Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme»”. Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar?”

 

Jesús parece decirme: Sí, el Padre te ama. Él ha puesto su ojo en ti, y ve tu necesidad. Él en su infinita sabiduría, tiene completa claridad en lo que es realmente bueno para tu felicidad, aunque a veces tu impresión personal tienda a llevarte a querer y pedir otra cosa. Yo te amo, y camino contigo cada paso que das. Observo en tu corazón lo que se esconde tras tu clamor, y en base a si es lo mejor para ti, quiero ayudarte. No creas que no te quiero, por el hecho de que no recibas lo que pides. Si no te amara, no hubiese dado mi vida por ti. Lo que resta es tener fe, mucha fe; si pidieras fe a mi Padre, Él te la daría. Pide fe y luego piensa qué es lo que realmente te conviene.

 

Jesús es críptico respecto a cómo Dios nos quiere ayudar. Tengo claro que Él solo desea nuestra felicidad, pero al parecer, nuestra propia idea de felicidad no siempre calza con la que Él ve, desde su perspectiva omnipotente y atemporal. Le pedimos traspasar un muro largo por el lado y creemos que eso es lo más conveniente, manteniendo pegada nuestra nariz al muro, cuando su altura quizás es mucho más accesible, y Él desde su distancia perfecta nos susurra al oído que quizás es más fácil saltar el muro que rodearlo. Quisiera poder separar mi cara del muro para poder ver con más perspectiva las infinitas posibilidades que Él nos abre si vemos lo que necesitamos, cerca de Él.

 

Señor mío, te agradezco nuevamente por recordarme que Tú tienes la mejor solución para lo que necesito, lo que me hace falta en verdad. Claro que mi pequeñez me hace ver todo con anteojeras, como si no pudiera ver más allá de mi ombligo. Quiero levantar la vista y acercarme a Ti, para poder ver lo que realmente me conviene, siempre teniendo a la vista que mi real objetivo es vivir la eternidad contigo en vez de tener salud, un buen pasar, que se solucione un problema puntual en el trabajo, etc. Has que yo sepa ver el mundo más con tus ojos que con los míos, porque en verdad todo sería más fácil. Para eso, dame fe, Señor, dame fe. Que mi fe mueva montañas. AMÉN