Evangelio según san Lucas 6, 43-49

Vigesimotercer sábado del tiempo ordinario

 

Jesús decía a sus discípulos: No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla su boca. ¿Por qué ustedes me llaman: «Señor, Señor», y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la inundación, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“De la abundancia del corazón habla su boca”

 

Jesús parece decirme: Es posible esconder un rato lo que está en tu interior, pero solo respecto de otras personas. A Mí, no puedes esconderme nada, y a otras personas, tarde o temprano termina develándose la verdad que se oculta en tu interior. Se devela porque la verdad grita fuerte que quiere salir, y busca mostrarse al mundo porque ilumina. La mentira, el ocultamiento, es oscuro y confunde, mientras que lo que es sale a la luz porque no puede mantenerse escondido. Por eso, tu corazón habla por tu boca de lo que tiene. Llena tu corazón con la alegría de ser mi discípulo, junta ahí el amor que tienes y tu boca hablará de Él.

 

Parece fácil decir que mi corazón debe estar feliz siempre, porque Dios me ama y está conmigo. En realidad, nada más debiera necesitar, si Jesús habita en mi interior. Pero soy tan torpe que, junto con Él, yo mismo comienzo a meter en mi corazón inseguridades, miedos, y otro cúmulo de dolores, que por ellos y mi propia pequeñez, pueden ocultar la alegría de tener a Cristo conmigo. Él, que me habla en un susurro porque en realidad me habla al oído, íntimo y cariñoso. Necesito limpiar mi corazón de esas cosas vociferantes que intentan llamar mi atención sin que tengan nada que hacer al lado de mi Señor.

 

Señor Jesús, hoy quiero pedirte perdón porque no he reservado mi corazón para Ti. Te he hecho compartir espacio con indignidades mías que jamás debieran compartir espacio contigo. Tú, que eres lo más grande que me ha pasado en la vida, aguantas paciente a que yo acalle esos ruidos y te reserve mi corazón para Ti. Quiero desde el fondo de mi alma, limpiar mi corazón para regalártelo solo a Ti, y no perder más el tiempo en autocompadecerme por lidiar con mis propias miserias. Quiero ocuparme de ellas como trabajo y tarea de santidad pero, sobre todo, quiero tenerte a Ti como Señor de mi vida, y alabarte por ello siempre. AMÉN