Evangelio según Mateo 10, 16-23

Sábado de la decimocuarta semana del tiempo ordinario

 

En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”

 

Jesús parece decirme: La pureza del corazón de un niño es algo muy cercano al Cielo. Su inocencia, su alegría, pero, sobre todo, su confianza ciega y absoluta en el padre que lo cuida. La infancia de un niño es destruida cuando se traiciona esa confianza, y esto solo ocurre porque el padre la rompe. El niño siempre querrá estar cerca de su padre. Como mi Padre jamás se alejará de ustedes porque los ama desde siempre, solo depende de ustedes si quieren tener a mi Padre por tal. Si son como niños para Él, su confianza ciega y absoluta en Él será completa. Si no lo son, serán huérfanos y estarán solos.

 

¡Cuántas veces me he farreado a mi Padre! Me lleno la cabeza pensando que en verdad quiero ser hijo del Padre, pero me alejo de Él voluntaria y torpemente. Cuando peco, cuando dejo que mis pataletas de ser humano inmaduro pasen a ser desafíos en su contra. Tengo certeza de que Él aguanta mis malcriadeces, cuando me quejo de lleno exigiéndole cosas por las que yo no he dado nada a cambio para ganármelas. Pero no puedo ser tan tonto de renegar de Él o “pasar” de Él, cuando en realidad es lo único que al final me va a mantener en pie. Por un rato quizás podría quedar parado mientras las olas de este mundo me revuelcan, pero terminaré cayendo si voy solo.

 

Señor Jesús, te agradezco por abrirme las puertas del Cielo con tu sacrificio en la Cruz. No soy digno de que me reciban allá, y más de una vez te daré la espalda, como ya lo he hecho varias veces hasta hoy. Otras tantas de te decepcionaré y tantas más volveré pidiéndote perdón. Como decimos en la Misa, no tengas en cuenta mis pecados sino la fe de tu hijo; y ayúdame a convertir mi corazón en el de un niño, para hacerte feliz, tal como mis hijos me llenan de alegría y felicidad. Te agradezco también por tu paciencia, porque siempre me ves con misericordia y a pesar de mis pataletas, me ofreces lo que realmente me acerca a Ti para vivir juntos la eternidad. AMÉN.