Evangelio según San Juan 12, 24-26
Sábado de la decimoctava semana del tiempo ordinario
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiere servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará».
Meditación de Gonzalo Manzano González
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo”
Jesús parece decirme: El grano de trigo debe morir para multiplicarse. Piensa que eres un grano de trigo. Estás en solitario cayendo en la tierra, en la oscuridad del campo, y finalmente mueres cuando te abres para que una planta surja de ti. Luego, en las puntas de esa planta, cientos de granos crecen, solo fruto de tu sacrificio. Tú no estarás ahí para ver esos frutos, pero ten por seguro que los habrá. ¿Qué hubiera pasado si Pedro y Pablo no hubiesen predicado a los gentiles? En principio, deben haber sido pocos, pero luego uno tras otro, fueron encontrándome, haciendo crecer mi Iglesia. Hoy, tú que estás a miles de kilómetros de distancia de Israel, crees en Mí.
Los efectos de nuestra vida no podemos dimensionarlos acá. Es imposible. ¿Cómo saber si cuando niños logramos transmitir a Jesús a otra persona? ¿Habrá alguna persona que por nuestra acción se hubiese convertido? No tengo idea. Pero para que todo esto ocurra, siento la necesidad de ofrecerme en favor de otros. Hay un montón de momentos en el día en que me sorprendo pensando en mí, sin reparar en los demás, y es en esos momentos, que me desconozco más. Seguramente Jesús ya obró un milagro en mi propio corazón, para convertirlo de piedra fría a un corazón vivo, que late por regalar felicidad a los demás. No siempre soy así, pero día a día me esfuerzo.
Señor Jesús, voy por la vida intentando hacerte feliz. Tengo claro que muchas veces, no doy el ancho, y es comprensible en mis evidentes limitaciones, pero tengo la certeza de que con un poco que ponga de mi parte, Tú pondrás el resto. Muchas veces me cuesta no pensar en mí, quedarme en el “yo”, y no salir a tu encuentro en mi prójimo. Te pido perdón por todas esas veces en que te he defraudado, por tener esa actitud pasiva y poco radical de ir dejando que la vida me lleve en vez de llevar yo mi vida hacia las cosas que me acercan más a Ti. Madre Admirable, no me dejes, que de verdad me perdería si fuese solo y enséñame a ir más allá de mi propio bienestar. AMÉN