Evangelio según San Marcos 11, 27-33

Sábado de la octava semana del tiempo ordinario

 

En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras este paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad para hacer esto?». Jesús les replicó: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Contestadme». Se pusieron a deliberar: «Sí decimos que es del cielo, dirá: “¿Y por qué no le habéis creído? ¿Pero cómo vamos a decir que es de los hombres?». Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta. Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».

 

Meditación de Gonzalo Manzano González

 

“No sabemos”

 

Jesús parece decirme: Cuánta tibieza hay en dos palabras. Esa tibieza que no es la del corazón abrigado, abrasado por Mí, sino que es la tibieza que no es fría porque le teme, ni es caliente porque le teme. Es esa tibieza del corazón que no es radical, recio y anclado en Dios. Es pusilánime, hipócrita, sin carácter ni pasión. Mis seguidores fueron apasionados como Pedro, radicales como Juan, de una sola línea como Santiago, y fieros como Pablo. De ellos aprendieron Francisco, Agustín, Tomás, y tantos otros santos. Aprende tú también de ellos, que no se quedaron en el qué dirán, y cuando estuvieron equivocados, fueron capaces de reconocerlo y pedir perdón.

 

Esto me pareciera que contradice lo que es “políticamente correcto”. Esa búsqueda por no quedar mal con nadie, con que todos tengan una sonrisa para uno, aunque sea falsa o sin sentimiento. Es como la cáscara de un huevo vacío, que parece sólido, pero es hueco y frágil. Cuánto tiempo pasé intentando “no pisar callos”, para que la gente no se incomodara. Decir lo que hay que decir y hacer lo que hay que hacer. Consecuencia. Me urge cimentar mi pensamiento, palabra y acción, para que no ande improvisando respuestas a los desafíos que se me presentan; pedir al Espíritu Santo que me comparta sus dones sagrados y aprenda de ellos y con ellos a responderle a Cristo.

 

Señor Jesús, estoy lejos de ser ejemplo de vida para otros, y eso que me lo has pedido al menos respecto de mis hijos. Me falta mucho por crecer, por acercarme a mi Ideal y de verdad, solo no puedo. No dejes, Señor, que te suelte la mano, ya que por mucho que la autocompasión me lleve a lamerme las heridas, quiero ponerme de pie y avanzar a paso firme entregándote el dolor que pueda sentir. Te ofrezco mi debilidad, Señor, para que la transformes al crisol de tu Palabra, en fortaleza para caminar de tu mano los desafíos que me presenta la vida. Sé que contigo la carga es más llevadera y no quiero hacer oídos sordos a tu llamado. Tú tienes la Autoridad y yo te sigo. AMÉN.