Evangelio según Juan 3, 13-17
Sábado de la segunda semana de Pascua
Jesús dijo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
Meditación de Gonzalo Manzano González
“Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo,”
Jesús parece decirme: Mi Cruz es la llave que abrió las puertas del Cielo para que ustedes pudieran entrar. Yo tomé esa llave con mi muerte y Resurrección, y la giré para abrir esas puertas, permitiendo así que todos quienes real y libremente quisieran compartir conmigo una eternidad feliz pudieran hacerlo. Antes de mi muerte nadie había estado ante el Padre en el Cielo, pero ahora todo el que cree en Mí vive para siempre en la gracia de una contemplación perpetua e inacabable. Tu cruz parece pesada, como si fuera un madero imposible de levantar, pero no la llevas solo, sino que Yo la levanto contigo.
Pensar en la Cruz para un cristiano podría ser algo bonito, un estatus de hijo de Dios. Pero en realidad creo que ni para Cristo tuvo esa connotación, ni para nosotros debiera tenerla. Por algo le pidió al Padre que apartara de Él ese cáliz. Creo que la Cruz es un instrumento de redención, algo que duele como clavos que traspasan nuestras manos y pies, pesada como para caer un millón de veces por el camino de la vida, pero que se abraza con una sonrisa porque con ella abrazamos a Cristo. Él durante toda su vida en la tierra nos dijo que era el Camino. Ese Camino termina en la Cruz. La Cruz es amar hasta dar la vida por los amigos.
Señor Jesús, varias veces me cuestioné por qué no quisiste bajarte de la Cruz, para que todos creyeran en tu Divinidad. Pero hoy ya veo que solo en la Cruz podía completarse tu mensaje. Amar es decidir entregar la vida por los demás, es sacrificio, y ese sacrificio solo termina en nuestra propia cruz. Te pido, Señor, que no le haga el quite a mi cruz, que no me acobarde al enfrentarme a ella. Quiero ser valiente para seguirte, cargar con mi cruz y andar el camino al Calvario contigo. Mi vida no tiene ni por asomo parecido a tu Vía Crucis, pero tiene su peso según lo que sabes que puedo cargar. ¡Ayúdame a no esquivarla, Señor! AMÉN