Evangelio según Lucas 11, 29-32

Miércoles de la primera semana de Cuaresma

 

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: “Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay Alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay Alguien que es más que Jonás”.

 

“Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás”

 

Meditación de Osvaldo Iturriaga Berríos

 

Siento como si el Señor me dijera “has recibido muchos signos de la presencia de Dios en tu vida, pero aun así vives dudando, pidiendo nuevos signos o muestras de su presencia. El problema es que aunque esos signos estén, muchas veces no eres capaz de verlos, porque te encegueces con cosas que te impiden ver la realidad como es, ya sean juicios o prejuicios sobre los demás, opiniones tajantes en las que crees tener la verdad absoluta, o superficialidades que te dan placer pasajero pero que te centran en ti mismo y que no  permiten darte el tiempo de mirar en lo profundo”.

 

Tantas veces me sorprendo sintiéndome como si Dios estuviera ausente, y deseando que se manifieste de alguna forma potente que me dé absoluta certeza de su acción en el mundo. Y aunque es cierto que muchas veces podemos experimentar ese “silencio” de Dios, si miro mi propia vida puedo ver que esa sensación tiene más que ver con mi propia pereza y banalidad. Cuando logro darme el tiempo de meditar, de mirar el día a día con ojos de oración, puedo ver su presencia a través de las personas y situaciones más diversas. Hoy, el Señor me invita  en esta Cuaresma, darme el tiempo de hacer silencio en el corazón, y contemplarlo.

 

Señor, hoy vengo ante Ti con toda mi debilidad, mi impotencia, mi incapacidad de cambiar por mis fuerzas, incluso mis miedos a cambiar, sabiendo que Tú puedes convertir mi corazón y hacer grandes cosas en mí si es que me dejo permear y transformar por Ti. Ayúdame a entregarme a Ti confiado en que mi felicidad está en tu voluntad y no en cumplir mis deseos que tantas veces son cosas banales y pasajeras. Regálame la humildad de saberme necesitado de tu misericordia, para no poner límites a tu acción en mí, y así poder ser instrumento de tu amor, sobre todo con aquellas personas a las que no me nace amar en absoluto. AMÉN