Evangelio según Lucas 14, 25-33
Trigesimoprimer miércoles del tiempo ordinario
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo”
Hijo, me dices que no tienes las fuerzas. Apenas te menciono que debes renunciar a lo que posees, caes en la desesperanza. ¡Despierta de una vez! ¿De dónde crees que viene ese desánimo? ¿Hay algún motivo para que creas que te estoy culpando? No. Esa desesperanza no es mía, es del demonio. ¿No perdoné yo a la adúltera, comí con Mateo y construí mi Iglesia sobre la roca del desparramado de Pedro? ¡No tengas miedo! Es verdad que no entrarás en el reino si no dejas todo lo que posees, pero no seas vanidoso, no creas que lo vas a lograr tú solo, porque no puedes: lo vas a lograr conmigo.
Jesús: ante este texto, me gustaría entrar en completa entrega, ofreciéndote mi renuncia a todo lo que tengo para poder entrar en tu reino. Pero miro lo que hago cada día y a qué dedico mis horas, y me enfrento con la realidad: no puedo. Me abruma tu exigencia, Señor. No puedo renunciar a todo, no soy capaz… no tengo fuerza. Y aunque sé que quiero hacerlo, tengo claro que cuando salga de mi escritorio, de este lugar de oración y trabajo, voy a querer abalanzarme sobre tantas otras cosas que no tienen nada que ver contigo. Qué miedo y qué dolor más grande saber que no puedo ser tu discípulo.
Jesús, gracias por venir con este mensaje de realidad. Es difícil, y me asusta no ser de los tuyos. Gracias porque consistentemente te dedicas a levantar a los débiles y los poca cosa para convertirlos en trono de tu Gracia. Toma mi trabajo y mi ambición por las cosas de este mundo y transfórmalos en fecundidad y generosidad hacia mis hermanos. Perdóname por perder el norte en este camino. Enséñame a compartir y a ser desprendido. AMÉN